Abraham es un modelo que se nos pone
delante para que entendamos lo que es tener fe. Siempre que sentía la llamada
de Dios, contestaba: “Aquí estoy”. Porque estaba atento, era fiel y amante de
su Dios.
Nos dicen que Dios quiso ponerlo a
prueba, y un día le pidió que le entregase a su hijo en sacrificio. Abraham
obedeció una vez más y se puso en marcha para cumplir su voluntad, aunque en
esta ocasión se trataba de lo que él más quería, su propio hijo. Aún con el
corazón desgarrado, no dudó que tenía que hacer lo que se le pedía. Cuando
estaba a punto para el sacrificio, el Señor le detuvo y le dijo: “Ya he
comprobado que me respetas y confías en mí. Yo te bendeciré a ti y a tus
descendientes”. Entonces Abraham a aquel lugar le llamó: “Dios provee de lo
necesario”.
Ese lugar existe en la realidad. Es un
lugar que cada uno lleva en su interior. A todos nosotros Dios nos provee de lo
necesario, también nos exige fidelidad y confianza total. Es una historia
verídica. Es necesario fiarse para ver que ya tenemos justo lo que necesitamos,
en cambio cuando desconfiamos vemos inconvenientes por todas partes.
Se nos pide que dejemos, entreguemos en
sus manos, lo que tenemos, lo que somos, aquello que más nos ata, nuestras
preocupaciones más íntimas, nuestros problemas más gordos, todos nuestros
éxitos y fracasos.
Entonces, ¿con qué nos quedamos en
posesión? Con nada. Porque nada nos pertenece.
Realmente es el camino directo para
liberarnos de tensiones y angustias, dejar todo en sus manos. Y confiar, no
refunfuñar, ni vivir malhumorados.
Este lugar sagrado en el que vivo, que
en una traducción libre se puede llamar: “Dios está atento a mí y me cuida”, es
un sitio especial, es el centro de un universo enamorado que me habla con voces
que suenan a paz y a ternura.
Un lugar real situado en todos los
corazones humano-divinos. Un lugar de encuentro Padre/Madre-Hijo, Amante-Amado,
Cielo-Tierra, Tú-Yo.
Que se nos note que cuidamos ese lugar.
Que lo reflejemos en la mirada confiada y alegre y en el corazón abierto a cada
hermano.
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