Necesito la presencia de mi oración
emocionada, hablar con quien me ha llamado y me sostiene en la vida, ese
diálogo íntimo es el cimiento esencial sobre el que se construye mi jornada. Y
sin ese diálogo soy una autómata porque no saboreo plenamente el estar viva.
Todos los días aprendo y me equivoco,
las angustias se mezclan con las euforias, y sigo aprendiendo, porque todo
contribuye a mi formación, aún los momentos más difíciles, sobre todo estos.
Solo una cosa necesito, sentir que vivo
dentro del amor infinito, que formo parte del plan de Dios, que consiste en amarme
a toda hora. Mi misión es recoger ese regalo de su ternura, saborearlo en
plenitud, y trasmitirlo a mis hermanos, porque el amor siempre está en
movimiento, echando raíces en las entrañas de todo lo creado y haciéndose
visible de mil maneras.
Y nada nos puede tapar ese amor. Muchos
dirán “¿y el sufrimiento, las calamidades, las enfermedades, los problemas del
mundo?”
Nada es comparable al amor de Dios en
nuestros corazones, a la plenitud de la vida en su presencia. De esto saben
mucho precisamente los que pasan por situaciones extremadamente difíciles y
solo encuentran refugio en los brazos amorosos divinos.
Cada uno tiene un camino trazado, aunque
todos los caminos son uno solo: ponerse en marcha desde la ignorancia a la
sabiduría, eso sería lo que significa el término “salvarse” de los cristianos.
No podemos decir que renunciamos a
nuestro caminar, vivir incluye esa andadura. Debemos ayudarnos unos a otros a hacer
fácil nuestro camino, muchas veces cargando con la mochila del compañero, y
suavizándole las dificultades.
La meta no es solucionar todos los
problemas sino saber caminar con ellos, dándoles el papel que les corresponde
en nuestra vida, quitándoles protagonismo. Como ejemplo extremo, cuenta Arthur
Koestler, que estando en prisión tuvo una experiencia de la perfección divina, entró
en éxtasis “hasta que me di cuenta de un ligero malestar, un detalle trivial
que malograba la perfección del instante: estaba en la cárcel y podía ser
fusilado de un momento a otro. Pero a esto respondió un sentimiento cuya
traducción en palabras podría ser: “¿Y qué?, ¿no es más que esto? ¿No tienes
una preocupación más grave?”
Nosotros somos superiores a nuestros
problemas, no lo olvidemos. Ni un pelo se mueve en nuestra vida sin que lo
permita Dios, o sea, que aceptemos con serenidad y también con entusiasmo lo
que nos vaya viniendo, todo ha sido diseñado para nosotros.
Alegrémonos de haber sido elegidos para
la vida y digamos con nuestra existencia: Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario