miércoles, 26 de junio de 2013

Al encuentro con nosotros mismos


Sal 18,7: “No hay quien pueda esconderse a tu calor”.

Me sorprendo cuando me dicen: “Es que tú estás llena de Dios”. Como si a cada uno se le hubiera repartido una cantidad determinada y a mí me hubiera tocado un buen trozo. Vaya suerte he tenido.

Igual que el día se abre para todos y que el sol alumbra todo. Igual que la brisa acaricia todos los rostros y que todos hemos sido diseñados caminantes en búsqueda. Del mismo modo, Dios nos habita para que podamos existir, sin su presencia continuada en nosotros, no seríamos nada.

Como se quitan una a una las hojas secas de un estanque, así tengo que quitar yo los impedimentos que me ocultan lo divino.

Dice San Agustín: “¿Dónde estaba yo cuando te buscaba? Tú estabas dentro de mí, pero yo me había retirado de mí mismo y no te podía encontrar”.

¿Por qué unos somos conscientes de esa presencia y otros no? Pues no lo sé. No es mi tarea averiguar esas cosas, el criado no tiene por qué meterse en los asuntos del jefe. Tú haz la faena que te ha tocado, en la familia, en el trabajo, en la sociedad. Y deja el gobierno de todas las criaturas en manos de quien ya está.

La libertad que se nos ha regalado también sirve para complicar enormemente las cosas, pero todo es bien fácil, solo hay algo esencial: saberse amado y amar. Ese es el secreto que encierran todos los corazones. Esa es la llave maestra para acceder a Dios-con-Nosotros, caminando con nuestros pies, alabando desde nuestras entrañas.

Nuestro Espíritu Amigo está a nuestro servicio, todos nuestros logros son gracias a él. Y nos va conduciendo a donde quiere conducirnos. Es poderoso y está enamorado de nosotros, que somos su obra. Nada debemos temer, solo es necesario añadir confianza a nuestra vida, para que veamos las cosas con más claridad.

No nos empeñemos en dirigir y organizar nosotros. Tan solo abramos los ojos y veamos donde estamos situados, para, desde ahí, entornar nuestra alabanza agradecida.

“Yo he conocido unos grupos en los que hablamos de espiritualidad y me siento muy a gusto”. Ahí te ha llevado el Espíritu. “Es que yo tengo una gran vocación por la enseñanza”. Te la ha dado el Espíritu. “A mí me gusta ayudar en grupos juveniles”. “Estoy aprendiendo a meditar en silencio”. “Leo muchos libros de formación”. “Me gusta estar en armonía con las personas”. “Soy amante de la naturaleza”. Y así tantas cosas, tantos impulsos, que nos van llevando adonde tenemos que ir, al encuentro con nosotros mismos, y con el Misterio.

Y ese encuentro siempre tiene lugar con alegría íntima.

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