Sal 18,7: “No hay quien pueda esconderse a tu calor”.
Me sorprendo cuando me dicen: “Es que tú
estás llena de Dios”. Como si a cada uno se le hubiera repartido una cantidad
determinada y a mí me hubiera tocado un buen trozo. Vaya suerte he tenido.
Igual que el día se abre para todos y
que el sol alumbra todo. Igual que la brisa acaricia todos los rostros y que
todos hemos sido diseñados caminantes en búsqueda. Del mismo modo, Dios nos
habita para que podamos existir, sin su presencia continuada en nosotros, no
seríamos nada.
Como se quitan una a una las hojas secas
de un estanque, así tengo que quitar yo los impedimentos que me ocultan lo
divino.
Dice San Agustín: “¿Dónde estaba yo cuando te buscaba? Tú estabas dentro de mí, pero yo
me había retirado de mí mismo y no te podía encontrar”.
¿Por qué unos somos conscientes de esa
presencia y otros no? Pues no lo sé. No es mi tarea averiguar esas cosas, el
criado no tiene por qué meterse en los asuntos del jefe. Tú haz la faena que te
ha tocado, en la familia, en el trabajo, en la sociedad. Y deja el gobierno de
todas las criaturas en manos de quien ya está.
La libertad que se nos ha regalado
también sirve para complicar enormemente las cosas, pero todo es bien fácil,
solo hay algo esencial: saberse amado y amar. Ese es el secreto que encierran
todos los corazones. Esa es la llave maestra para acceder a Dios-con-Nosotros,
caminando con nuestros pies, alabando desde nuestras entrañas.
Nuestro Espíritu Amigo está a nuestro
servicio, todos nuestros logros son gracias a él. Y nos va conduciendo a donde
quiere conducirnos. Es poderoso y está enamorado de nosotros, que somos su
obra. Nada debemos temer, solo es necesario añadir confianza a nuestra vida,
para que veamos las cosas con más claridad.
No nos empeñemos en dirigir y organizar
nosotros. Tan solo abramos los ojos y veamos donde estamos situados, para,
desde ahí, entornar nuestra alabanza agradecida.
“Yo he conocido unos grupos en los que
hablamos de espiritualidad y me siento muy a gusto”. Ahí te ha llevado el
Espíritu. “Es que yo tengo una gran vocación por la enseñanza”. Te la ha dado
el Espíritu. “A mí me gusta ayudar en grupos juveniles”. “Estoy aprendiendo a
meditar en silencio”. “Leo muchos libros de formación”. “Me gusta estar en
armonía con las personas”. “Soy amante de la naturaleza”. Y así tantas cosas,
tantos impulsos, que nos van llevando adonde tenemos que ir, al encuentro con
nosotros mismos, y con el Misterio.
Y ese encuentro siempre tiene lugar con
alegría íntima.
No hay comentarios:
Publicar un comentario