domingo, 12 de mayo de 2013

Un marco perfecto


El sufrimiento lo vemos a través de nuestro propio sufrimiento, la debilidad se nos hace evidente en nuestra misma debilidad.

Un abad fue llamado para juzgar a un hermano que había cometido un pecado. El abad no quería ir, cuando le insistieron, cogió un cesto viejo y agujereado, lo llenó de arena y se puso en camino. La gente le preguntaba por qué había hecho esto, él dijo: “Mis pecados me siguen a todas partes aunque yo no los vea. Hoy he venido a juzgar los pecados de otra persona”. Al oírlo, todos perdonaron al hermano que había pecado.

Con qué autoridad, con qué criterio podemos juzgar los hechos ajenos.

Dentro de mí misma están el bien y el mal, los dos conviven, se alían, se turnan para acompañarme. Es fácil decir “los males que hay en el mundo”, es más práctico mirarnos dentro, y desde ahí unirnos al dolor y al sufrimiento de nuestros hermanos.

Todas las veces que en la Biblia se nombra a los malvados y a los ejércitos enemigos, que son muchas, conviene que esas batallas las situemos en nuestro interior, que es donde se libran.

Si yo no sufro, no puedo comprender al que sufre. Si no tengo dudas, no puedo sentirme habitante de esta divina Tierra.

A veces nos creamos falsos espejismos, nos empeñamos en que nuestra vida tiene que ser siempre perfecta, y nos acobardamos en los fracasos y en los problemas, que son el pan nuestro de cada día. Aceptemos la imperfección y los errores, porque forman parte de nuestra esencia, y están ahí para darnos lecciones y enseñarnos cosas necesarias.

Al final del trayecto nos daremos cuenta que todo forma parte de un marco perfecto y hasta lo que parecía torcido era línea recta. Pero hay que ser pacientes, no imponer nosotros los ritmos, no programar los tiempos, sino ir aceptando la vida tal como sucede. Ese es el secreto de la sabiduría.

TAO 43:
La verdadera perfección parece imperfecta,
mas es perfecta en ella misma.
La verdadera plenitud parece vacía,
mas su presencia es plena.
La verdadera rectitud parece torcida.
La verdadera sabiduría parece estupidez.
El verdadero arte parece casual.
El Maestro permite que las cosas sucedan.
Se amolda a los eventos tal cual llegan.
Se quita de en medio
y deja que la Vida hable por sí misma.

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