Isaías 65, 17: “Yo voy a crear un cielo nuevo y una tierra nueva. Llenaos de alegría
para siempre por lo que voy a crear.”
El cielo y la tierra ya están creados,
qué significan estas palabras. Algo extraordinario nos tiene que suceder, ese es
el significado del anuncio que nos hace Isaías.
Algo por lo que nos parecerá que
habitamos otro planeta: una tierra diferente, un cielo nuevo.
Cada uno en su interior puede ser ya
habitante de ese otro cielo y tierra. Y en qué se nos tiene que notar que
vivimos en diferente sitio, básicamente en la alegría, y en el amor a todo lo
que nos rodea.
Si se nos ha creado un cielo y una
tierra, no podemos permanecer indiferentes, fríos, distantes. Como mínimo
tenemos que estar maravillados por ese milagro en nuestras vidas, emocionados
de lo que eso significa, entusiasmados por comunicar, transmitir lo que vemos y
experimentamos.
Toda la creación pasa por nuestro
pequeño corazón para encontrar su razón de ser.
Esa tierra recién creada es nuestro
propio barro haciéndose consciencia de su pequeñez y de la grandeza que lo
habita.
Y con esta increíble noticia comenzamos
de nuevo a caminar, sobre una tierra que ya no es la misma que antes, bajo un
cielo que ya no está sobre nuestras cabezas sino en nuestro interior más
dichoso.
Porque ante ese anuncio solo nos cabe
llenarnos de alegría, de humildad y aceptación.
Y tengamos buen cuidado con lo que sale
de nuestros labios, con lo que sembramos, con lo que planeamos, con lo que
deseamos. Para caminar en nuestra nueva tierra necesitamos buena siembra,
buenas palabras, buenos proyectos. Nuestras semillas ya no serán nuestras sino
de la misma vida que se abre camino a pesar de nuestros impedimentos y
torpezas.
Estemos tranquilos, nada podemos
estropear en el espacio divino. No tengamos miedo.
Al igual que el bebé da sus primeros
pasos ante la mirada amorosa y vigilante de sus padres, nosotros caminamos en
esta tierra inexplorada con una supervisión infinitamente superior. Si ponemos
nuestra confianza en esos brazos que nos rodean para sostenernos en nuestras
caídas, nada nos puede pasar.
No fijemos la atención en los problemas
sino en las ayudas que recibimos. No nos quedemos en el dolor sino en ese sol
que vemos a través de las lágrimas y que nos anuncia un nuevo día.
Y aceptemos el regalo de ese cielo nuevo
y esa tierra nueva. Y comencemos a ser habitantes amorosos, entrañables,
alegres, comunicativos, hermanos de sus hermanos, amigos del universo.
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