He escrito en otras ocasiones sobre la
belleza, pero cuando un amigo me ha subrayado que la belleza es importante para
mí, mi fuente interior me ha avisado que tenía algo más que decir en torno a
este tema.
Básicamente experimento la vida como
belleza. Es la sensación predominante dentro de mí, ya que todas las cosas
importantes son belleza: el amor, la bondad, la compasión, el esfuerzo, la
creatividad, la aceptación.
Me quedé asombrada cuando leí el otro
día que el sol que nos alumbra tiene las exactas cualidades para que podamos
existir: si hubiera sido una millonésima parte más grande o más pequeño,
hubiera sido imposible la vida. La conciencia de un sol diseñado al milímetro
para nosotros es belleza.
Una cosa es cargar con la vida y otra bien
diferente aceptar conscientemente y con buen talante lo que te venga, sea lo
que sea. Cuando pones conciencia y aceptación en lo que te sucede, encuentras lo
mejor de ti mismo, y ves que aun en medio de problemas y dificultades, tienes
ganas de agradecer: eso es belleza.
El cariño que nos sale de dentro, es lo
que nos une al resto de los humanos. Con los seres más queridos lo tenemos
bastante claro. También cualquier desconocido, cualquier encuentro casual puede
sacar de nosotros esa energía positiva, para ello tenemos que rellenar nuestros
depósitos de buenas intenciones, buenos pensamientos, buen hacer. Sin duda, cuando
damos y recibimos amor sentimos plenamente la belleza.
Tengo la sensación de que me podría
pasar un tiempo infinito hablando de la belleza, porque la siento, es de lo que
mi corazón está lleno. Es lo que une todas mis células y les da un sentido, un
motivo para existir, una esperanza y una realidad.
La belleza es armonía y perfección, y a
la vez es lo que integra, enmarca y da sentido a mi debilidad, mi imperfección,
mi ignorancia.
Una leyenda japonesa dice que un monje
estaba esperando la visita de un abad que era experto en jardinería y tenía en
su monasterio bellísimos jardines. El monje durante un tiempo se dedicó a
diseñar con extremo cuidado su jardín hasta que estuvo perfecto. Pero cuando
llegó el momento de la visita, vio que faltaba algo. Entonces movió uno de los
cerezos y logró desprender la primera hoja del otoño, amarillenta y seca, que
cayó en medio del brillo y la limpieza de la verde hierba. Ahora sí, la
imperfección hacía falta para que el cuadro estuviese completo. Concluye la
leyenda: ahora sí representaba al cosmos.
La belleza incluye lo defectuoso y
débil, que también constituye nuestra esencia.
Yo soy esa hoja amarillenta y seca sobre
una preciosa hierba. Y desde ahí celebro la belleza de la creación.
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