Parece
que la vida contemplativa la tengan que llevar tan solo los religiosos, monjas,
frailes, los que viven en clausura o que tienen votos de dedicación plena al
Señor.
Yo
siento que mi vida es contemplativa, y no he hecho votos perpetuos, tampoco me
he retirado a orar a un lugar apartado, se me ha concedido como un don divino,
no es mérito propio.
Hago
mías las palabras del salmista: “Tú, Señor, eres mi todo, tú me colmas de
bendiciones, mi vida está en tus manos. Siempre tengo presente al Señor.” Todo
cuanto soy y hago está a la luz de ese Ser increíble, de ese Amor inmenso.
Dicen
que la vida contemplativa es la vida de quienes se dedican a Dios solo, a las
cosas del Padre como ocupación predominante.
Mis
ocupaciones, mis proyectos, mis éxitos y también mi debilidad están dentro del
marco divino, de la presencia que llamamos “Padre”. Yo lo vivo así.
Ese
punto de referencia y de encuentro es el que da sentido a todo lo que hago,
tanto en el terreno familiar y social, como profesional o de ocio.
Ese
diálogo íntimo en el que vivo me sitúa de lleno en lo que se llama la vida
contemplativa y que también lo podemos llamar “conciencia de la acción divina”.
Mi
actitud es de adoración porque vine a alabar a Dios, por eso contemplo
emocionada lo que sucede en mí y en mi universo. Por eso descubro los
entresijos de las “casualidades” que me envuelven, y sé de dónde proceden los
impulsos que me llevan a actuar.
La
contemplación me lleva de modo natural y espontáneo a la acción, a ocuparme de
las cosas de mi Padre, que son todas las que me van sucediendo. Todo lo bueno y
lo menos bueno me es enviado por él, por tanto, por todo tengo que dar gracias.
“En la contemplación en su máximo grado, la criatura se
siente a merced y “manejada” por el Otro”. Así me siento y lo comunico.
Existe
la vida contemplativa fuera de lo oficialmente establecido para este término,
porque al final todo es gracia, también sentirse admirador del Amor que circula
libremente en su creación maravillosa.
Todos
los problemas del mundo no me tapan la luz de sentirme infinitamente amada y de
tener conciencia de que se me ha dado un corazón para contemplar, admirar,
alabar y agradecer.
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