La oración es una llama encendida en el
corazón humano. Es un grito que dice “¡Aquí estoy!”. Es un lamento, y un
desgarro y una expresión de júbilo. Y todo a un tiempo. También es entrar en la
soledad del alma y allí esperar y confiar.
Es desazón y es confianza. Puede
convertirse en plenitud, también en desesperación.
Sabemos que vamos por el buen camino en
el terreno de la oración cuando nos sana, nos quita desconfianzas, y nos deja
con ganas de repetir, queremos más.
En la oración siempre nos posicionamos,
más o menos conscientemente, delante, dentro de Alguien. Y queremos hacernos
oír, ser escuchados, atendidos, comprendidos, aceptados. Buscamos ser amados.
También, menos veces, queremos escuchar.
Para profundizar en nuestra fe, en
nuestras creencias, nos es completamente necesaria la oración, es la tierra
abonada donde yo me comunico: hablo y escucho.
Una cita de Benedicto XVI dice: “Tenéis que saber qué es lo que creéis.
Tenéis que conocer vuestra fe de forma tan precisa como un especialista en
informática conoce el sistema operativo de su ordenador, como un buen músico
conoce su pieza musical”.
Un ejemplo muy claro, que nos anima a
ser expertos en oración. No quiere decir esto que lo tengamos que hacer mejor
que nadie, sino que a nosotros nos sirva, nos conmueva, nos aproxime a la meta.
La oración, como la fe, es un proceso.
No nos sirve la de la niñez para la juventud, ni esta para la madurez. Cada
etapa del camino añade aspectos que me van a hacer falta, pero lo de ayer no me
sirve para hoy.
Hoy comienza mi vida, cada día. Necesito
ser creativa para que no se duerma mi vida espiritual, para no aburrirme y
encontrar el camino que es mío, para adquirir la sabiduría que me está
esperando.
A veces, en casa o en el trabajo,
necesitamos cambiar las cosas de sitio, ambientarlo de forma diferente, para de
esta forma aumentar nuestra participación activa y consciente en lo que hacemos.
Introduzcamos los cambios necesarios en
la oración para que sea cada vez más efectiva. Para que sea un espacio cálido y
amplio donde quepa nuestra vida entera: proyectos, éxitos y fracasos. Que sea
un diálogo ininterrumpido en el que nos sintamos siempre en relación con el
misterio de Amor Infinito que es nuestro hogar.
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