Somos el Reino de Dios, la Tierra
Prometida, la Luz del Mundo, la Sal de la Creación.
Me gusta más decirlo en primera persona:
yo soy el Reino de Dios haciéndose realidad en el tiempo que se me concede, en
mi momento presente.
Yo soy la Tierra Prometida, el amor
infinito camina sobre mis pies, toma la dirección que yo le quiera dar. Esa
Tierra puedo tenerla inexplorada y puedo ignorarla, pero siempre la transporto
con mi persona porque es mi misma esencia.
Yo soy la Luz, toda mi oscuridad solo
tiene sentido dentro de ella. Y soy la Sal que pone sabor a lo creado, que
añade la emoción a mi galaxia.
Soy un Reino, una Tierra, Luz y Sal…
como don gratuito, porque he nacido dentro del Big-Bang del Amor sin límites.
Parece complicado compaginar todas esas
grandes cosas que acabo de nombrar con mi debilidad, y con mis batallitas
diarias.
Pongamos por caso que yo estoy
enemistada con alguien, entonces no tendré acceso a los tesoros que acabo de
enumerar. Es así. El interior tiene que estar limpio, puro, aireado, sin
manchas.
En los evangelios se dice que si vas a
presentar una ofrenda al altar y tienes algo contra tu hermano, es necesario
que primero arregles lo de tu hermano, y luego vayas a presentar la ofrenda.
Primero intenta arreglar tu vida, tus
enemistades, tus enfados y ansiedades. Luego podrás disfrutar sin trabas de ser
ese lugar privilegiado de encuentro íntimo.
Nuestro trabajo diario es el de cuidar y
ampliar nuestro espacio de paz, mimar todo lo que nos hace ser humanos de
verdad. Ganar la batalla de nuestra estabilidad.
Se trata de sobrellevar y superar el
sufrimiento, tan presente en nuestro día a día, rescatando nuestra ilusión, y
nuestra gratitud, salvando nuestra confianza.
Somos Tierra fértil, somos Reino amado,
tenemos Luz en nosotros para caminar, saboreamos la Sal de la sabiduría. Y
siendo conscientes de todo eso, nuestra vida cambia. Porque si fijamos la vista
en lo que importa, los problemas son paja que se lleva el viento o humo que se
volatiliza.
Conviene posicionarnos en lo alto, para
no dejarnos arrastrar por los acontecimientos, por los vaivenes que son
intrínsecos a la vida.
Conviene tomar distancia de lo que nos
quiere hacer creer que no hay solución, que no hay esperanza. Nosotros somos
más fuertes que nuestras dificultades, porque somos humanos y divinos a un
tiempo. Y porque tenemos el Amor a nuestro servicio.
Salmo 3:
“Muchos
son mis enemigos,
muchos
son los que se han puesto en contra mía,
muchos
son los que dicen de mí:
“¡Dios
no va a salvarlo!”
Pero
tú, Señor,
eres
mi escudo protector,
eres
mi gloria,
eres
quien me reanima”.
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