La insensibilidad, los prejuicios, la
rutina, “el qué dirán”, nos impiden el amor y el testimonio.
Necesitamos un plan de acción para
evitar esto, para que no se nos pierdan por el camino la esperanza y la
ternura, y para dedicarnos a ser testigos y comunicadores convencidos y entusiastas.
Necesitamos más motivación, más
profundización de nuestra fe, más formación, más ilusión, más oración.
Necesitamos iniciar una verdadera
amistad con el que es ya nuestro Amigo desde toda la eternidad. Sabernos
arropados, empujados, animados siempre por él.
Nos hace falta una conversión, una
explosión, un terremoto emocional e íntimo, que nos haga sacar la cabeza de
nuestro profundo pozo y nos lleve a despertar. Y a sentir nuestro corazón vivo,
latiendo a su propio ritmo, lento, pero firme y confiado.
Es urgente que digamos adiós a nuestros
egoísmos, orgullos, a nuestra superioridad, a nuestro querer tener siempre la
razón. Y que bajemos del pedestal en que nosotros mismos nos hemos colocado, y
nos pongamos al servicio de quien “la casualidad” ha puesto a nuestro lado.
Sí, ya es hora de que comencemos a
servir a los demás, “sin que se nos caigan los anillos”, con convencimiento,
con ganas. Sabiendo que está en juego el ser personas auténticas, que dan
testimonio con su propia vida.
El sentido de nuestra vida está en
darse, en servir a los demás. Sabiendo que solo permanece y se multiplica lo
que damos. Hemos venido para darnos a los otros. Y lo que no se da, se pierde.
El otro día comentaba con un grupo de
amigas que nunca estamos preparados para nuestra muerte, siempre nos pilla de
sorpresa. Eso escuchamos en los comentarios de gente que ha estado en las
puertas de la muerte.
Llenar la vida de sentido puede ser la
llave para acceder a nuestro bienestar íntimo, a veces tan añorado, tan difícil
de conseguir. Además de la llave, puede ser el secreto para llegar al final de
nuestros días con la sensación de haber hecho algo, de no tener las manos
vacías, de sentir que nuestra vida ha servido.
Por eso, peleemos cada día como si fuese
el último, mantengamos ese diálogo interior con todo, esas palabritas
necesarias para que no nos atrapen la rutina y las mil complicaciones de cada
jornada, para situarnos maravillados en medio de la increíble creación que es
nuestra casa.
Y como testigos privilegiados del
infinito, ser capaces de aceptar y confiar y de decir, a corazón lleno: GRACIAS.
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