Hay una gran roca en nuestro interior
que nos entorpece la vida. Está llena de orgullo, amor propio, decepción,
envidia, ansia de poder.
Es una piedra muy pesada, que parece
inamovible, firmemente enraizada en nuestras costumbres y hábitos.
Fijémonos en lo que sentimos cuando
pensamos que tenían que contar con nosotros, y no lo hacen. Cuando creemos que
ese puesto es para nosotros y no nos lo dan. También cuando nadie agradece todo
lo que hacemos por ellos, y sentimos que no nos valoran. En resumen, cuando
vamos de víctimas.
Esas decepciones, grandes o pequeñas,
esas heridas, las vamos guardando dentro de nuestra pesada roca, a la que
hacemos cada vez más grande. Tan grande que es capaz hasta de impedir el paso a
las buenas noticias que trae la vida con cada amanecer.
Sí, porque si nos dedicamos a rumiar
nuestra pena, esa “gran ofensa” que hemos recibido, no
nos queda tiempo para respirar con confianza y para saborear la alegría de
sentirnos vivos.
De alguna manera hemos de deshacer ese
nudo que nos atrapa, ese lastre que no nos sirve para nada.
Parece un sinsentido pero somos
masoquistas y disfrutamos pasándolo mal, lo pasamos bien contando a los demás
el disgusto que tenemos, lo que nos han hecho, “que todos se enteren de la
injusticia que han cometido conmigo, aquella persona por la que tanto hice,
mira cómo me responde”.
Nos gusta recrearnos en nuestra
tristeza, de esa forma estamos rindiendo homenaje a nuestro yo más egoistón, al
yo tirano, al que llaman ego.
Nos movemos en ese terreno hasta que
descubrimos que ese no es camino de amor y vamos corrigiéndonos, tomando
consciencia de nuestros errores y cambiando. Uno de los primeros pasos es el
desmantelamiento de nuestro yo inflado, esa losa enorme e incómoda que tanto
nos molesta para vivir.
Nos dice la Biblia que “somos como naves
en alta mar, cargadas de riqueza”. Si arrastramos el peso de las ofensas
recibidas y de las preocupaciones innecesarias, vamos a la deriva, sin rumbo, y
no nos hacemos conscientes del privilegio de transportar tanta belleza.
O estamos centrados en los disgustos, o
estamos centrados en el agradecimiento y la alegría.
En nuestra mano está elegir.
1 comentario:
Elijo tu camino, y siguiendo tus pasos estaría toda mi vida, porque no hay mayor razón de ser que amar y sentirse amado.
Gracias mamá.
Te quiero.
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