domingo, 28 de abril de 2013

Hay que elegir


Hay una gran roca en nuestro interior que nos entorpece la vida. Está llena de orgullo, amor propio, decepción, envidia, ansia de poder.

Es una piedra muy pesada, que parece inamovible, firmemente enraizada en nuestras costumbres y hábitos.

Fijémonos en lo que sentimos cuando pensamos que tenían que contar con nosotros, y no lo hacen. Cuando creemos que ese puesto es para nosotros y no nos lo dan. También cuando nadie agradece todo lo que hacemos por ellos, y sentimos que no nos valoran. En resumen, cuando vamos de víctimas.

Esas decepciones, grandes o pequeñas, esas heridas, las vamos guardando dentro de nuestra pesada roca, a la que hacemos cada vez más grande. Tan grande que es capaz hasta de impedir el paso a las buenas noticias que trae la vida con cada amanecer.

Sí, porque si nos dedicamos a rumiar nuestra pena, esa “gran ofensa” que hemos recibido, no nos queda tiempo para respirar con confianza y para saborear la alegría de sentirnos vivos.

De alguna manera hemos de deshacer ese nudo que nos atrapa, ese lastre que no nos sirve para nada.

Parece un sinsentido pero somos masoquistas y disfrutamos pasándolo mal, lo pasamos bien contando a los demás el disgusto que tenemos, lo que nos han hecho, “que todos se enteren de la injusticia que han cometido conmigo, aquella persona por la que tanto hice, mira cómo me responde”.

Nos gusta recrearnos en nuestra tristeza, de esa forma estamos rindiendo homenaje a nuestro yo más egoistón, al yo tirano, al que llaman ego.

Nos movemos en ese terreno hasta que descubrimos que ese no es camino de amor y vamos corrigiéndonos, tomando consciencia de nuestros errores y cambiando. Uno de los primeros pasos es el desmantelamiento de nuestro yo inflado, esa losa enorme e incómoda que tanto nos molesta para vivir.

Nos dice la Biblia que “somos como naves en alta mar, cargadas de riqueza”. Si arrastramos el peso de las ofensas recibidas y de las preocupaciones innecesarias, vamos a la deriva, sin rumbo, y no nos hacemos conscientes del privilegio de transportar tanta belleza.

O estamos centrados en los disgustos, o estamos centrados en el agradecimiento y la alegría.

En nuestra mano está elegir.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Elijo tu camino, y siguiendo tus pasos estaría toda mi vida, porque no hay mayor razón de ser que amar y sentirse amado.

Gracias mamá.

Te quiero.

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