“O
eres consciente de tus enfados, de tus nervios, de tus preocupaciones… o los
nervios, las preocupaciones o el enfado te dominarán. Es así de sencillo: si no
piensas en ellos, ellos pensarán por ti y te llevarán donde no quieres”. (Pablo d´Ors).
Es verdad que las preocupaciones nos
llevan a donde les da la gana, que los estados alterados o nerviosos son los
que mandan, y que estamos inmersos en multitud de enfados que no nos aportan
nada positivo, que son altamente perjudiciales para nuestro enriquecimiento
íntimo.
Hay que tomar alguna decisión, pocas, en
esta vida, me refiero de las que son importantes. Una de ellas es: “yo decido
ser feliz”. Con esta decisión en el punto de mira, yo tomo las riendas de mi
vida, siempre procurando alcanzar esa meta.
Para tomar este tipo de decisiones
conviene parar un momento el tiempo, abandonar nuestros quehaceres, incluso
adornar un pequeño espacio para reunirnos con nosotros mismos. Y entonces en
esa intimidad acogedora que hemos creado decir en voz alta, o escribir y
meditar la decisión con la que nos comprometemos: “Yo decido…”
Hay que darle importancia a las cosas
importantes, ponerles un marco original y único, para saborear nuevas
experiencias, y hasta llegar a asombrarnos con la sensación de estar vivos.
Somos manipulados y dominados por todas
las emociones, sentimientos, y circunstancias que llegan a nuestras puertas.
Estamos siempre en alerta roja, a ver ahora qué pasará en mi vida. Qué me
espera. Con qué nuevo problema me voy a encontrar.
Es difícil tener serenidad si no la
cultivamos nosotros mismos, si no nos empeñamos concienzudamente en conseguir
desprendernos de condicionamientos y ansiedades, si no eliminamos el
sufrimiento innecesario, si no nos dedicamos a cuidar nuestro tesoro interno,
el que transportamos todos en nuestro corazón, y que tantas veces permanece
ignorado, inexplorado.
Aceptar nuestra vida tal como está
sucediendo e introducir en ella el agradecimiento, la alegría, la esperanza.
Con nuestros enfados y tristezas, no
estamos sirviendo más que a nuestra parte más egocéntrica. No nos miremos tanto
a nosotros mismos sino que admiremos la belleza y la perfección en la que
estamos inmersos.
Tomar la decisión de vivir en positivo,
buscar siempre la bondad; confiar, incluso en los momentos más desfavorables;
estar siempre en disposición de sonreír, disculpar, acariciar, animar al que
está a nuestro lado.
Y reírnos de nosotros mismos, no
tomarnos tan en serio. Ponernos en último lugar, para desde ahí contemplar la
sencillez y la magia de la vida.
Aceptar tus limitaciones y conducir la
vida por donde tú quieres.
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