“A
veces me imagino que Tata Dios está a la orilla del mar de lo posible, y desde
allí, vaya a saber por qué secreto misterio de su omnipotencia, rescata lo que
tiene que existir, le da un nombre y se alegra con su vida.” (Mamerto Menapace).
Bonita imagen. Un Papá-Dios que nos
rescata de ese mar infinito de posibilidades, nos trae a la vida, a este
universo, a este minúsculo planeta, a esta familia, a esta situación concreta
para cada uno, y nos da un nombre, y un motivo para vivir, y se alegra con
nosotros, y nos regala esa misma alegría.
Y nos impulsa a levantarnos todos los
días para hacer lo que tenemos que hacer, para vivir la sencillez y la
cotidianidad dentro de lo sublime y la trascendencia que es nuestro divino
espacio.
Nuestro Tata Dios nos ha formado con sus
mismas aguas y nos ha convertido en pequeñas olas, que tienen un instante de
gloria y esplendor, para luego sumergirse de nuevo en el océano infinito.
Y nada en este mundo puede hacer sombra
a ese hecho extraordinario, a ese origen milagroso. Ningún problema, ninguna
circunstancia, por adversa que sea, puede empañar la grandeza de sentirnos
creados, sostenidos y amados por nuestro Creador.
Con nuestra misma vida tenemos una
ventana abierta al infinito, en nosotros habita nuestro Tata, somos su lugar
preferido, sus mimadas criaturas. Lo llevamos en nuestra esencia, nos sostiene con
cada respiración.
“El cielo está en ti mismo, ahí tienes
que buscarlo”. Eso nos dicen los grandes maestros, los relatos de sabiduría,
también nos lo dice nuestro propio corazón emocionado.
Por eso mimemos a ese Ser Bondadoso, al
que llamamos Madre/Padre/Abbá/Tata, y que nos sale al encuentro en nuestro
interior y en todo cuanto existe.
Es verdad que podemos pasar por la vida
sin apreciar toda esta belleza, sin ver más que oscuridad. Por eso a aquel que
se le mueva el corazón hacia el agradecimiento y la alabanza, que siga por ese
camino.
Dice Job: “Sabed bien que Dios me ha derribado, ha envuelto mis caminos en oscuridad.
Pero, aunque la piel se me caiga a pedazos, yo, en persona, veré a Dios. Con
mis propios ojos he de verlo yo mismo, no un extraño”
Yo misma, no una extraña. Las mismas
palabras que sirvieron para Job hace miles de años, sirven para mí hoy. Porque la
vida se repite, todo ya se ha dado antes. No nos creamos superiores. Todos
formamos parte de la misma historia de búsqueda y de encuentro.
Humildad, aceptación, bondad, alabanza y
alegría. Eso necesitamos para el camino.
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