El gran ignorado, el que no cabe en
nuestras palabras y le hemos situado en el género masculino; no entra en
nuestros esquemas y nuestra pequeñez y pensamos que está allá arriba, en el
cielo.
En el que estamos inmersos.
A quien hemos colocado en un altar, en una
religión y en unos ritos. A quien cualquier impulso negativo puede hacer
sombra.
El gran ausente de nuestras
conversaciones, de nuestros proyectos, de nuestras vidas.
Ese gran desconocido, esa gran incógnita
a quien solo nos aproximamos con nuestra sed, con nuestros anhelos.
Amigo que abraza, Madre que amamanta,
Padre que acoge, Brisa ligera que suaviza la aspereza del camino, Volcán
encendido en nuestras entrañas.
Extraño para nosotros que somos sus
criaturas. Mendigo a nuestras puertas, esperando una limosna de ternura, un
silencio emocionado, o un sí quiero confiado.
Cuándo comprenderemos que vamos sujetos
de la mano, amparados, aconsejados en cada momento, rodeados de impulsos
bondadosos, de espíritus amigos.
Existen duras pruebas en la vida,
también existen espléndidas ayudas para superarlas y poder sacar fuerzas
positivas de los sufrimientos.
Cuándo entenderemos que nuestra vida es
un préstamo de la misma Vida, un tiempo para contemplar y alabar, y que nos
suceda lo que nos suceda, esa es nuestra única misión.
Cuándo seremos conscientes de que nada
nos pertenece, porque todo es don, regalo gratuito, generosidad infinita.
Cuándo nos situaremos por fin por encima
de los problemas y de los acontecimientos que nos van sucediendo, sabiendo que
somos infinitamente más que un montón de circunstancias favorables o adversas,
y que siempre recibiremos ayudas como hijos amados que somos.
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