“Somos
señales milagrosas” (Is 8, 18).
Hay tantos indicadores milagrosos como
criaturas hay en el mundo. El universo creado toma sentido en nuestro pequeño
corazón. Le damos nombre a las estrellas, y las rodeamos de nuestra admiración,
eso les hace estar en interrelación con nosotros: la consciencia del cosmos es
nuestra propia consciencia.
Somos focos de luz que alumbran lo
creado. Somos milagros que hablan del gran milagro.
Cuántas veces escuchamos decir a la
gente que los milagros no existen, o que solo los ven unos poquísimos
escogidos. No caemos en la cuenta de que nosotros mismos somos un milagro con
nombre y apellido.
Nuestra capacidad de sentir, de pensar,
de soñar, es un extraordinario milagro.
También lo es nuestra creatividad, inventiva,
imaginación, esfuerzo, superación, decisión.
Nuestra materia, el cuerpo, que nace, se
va formando y también se va desgastando a lo largo de los años es una filigrana
de perfección. Tenemos una máquina precisa y armónica que está pensada para ser
autosuficiente y su función es estar enteramente a nuestro servicio. Ahí
tenemos otro milagro.
Y también se nos ha dado un corazón
buscador, curioso, esperanzado, ilusionado.
Y una sed del infinito, necesaria para
sacarnos de nuestro sueño mortal y despertarnos, es decir asomar la cabeza a la
otra realidad esencial en la que estamos inmersos.
Realmente somos señales milagrosas que
apuntan al Misterio y a Lo-Que-No-Tiene-Nombre, que se derrama en sus criaturas
y nos ha diseñado un universo de ensueño donde vivir.
Cuando caemos en la cuenta del milagro
que somos y en el que vivimos, nos inunda la emoción, el respeto, el
agradecimiento y la alabanza.
Y queremos compartirlo, con palabras o
con gestos, con aquel que está a nuestro lado, con aquel que sufre, que anda
ciego por la vida porque no ve más allá de los objetos materiales.
Como el pez de aquella historia, que iba
buscando el océano, así buscamos nosotros la Vida de la que formamos parte y andamos
desesperados cuando lo que anhelamos encontrar, ya lo tenemos.
Que nos maravillemos de formar parte del
gran milagro del amor, que llega hasta nosotros a pequeños sorbos, tan solo la
cantidad que podemos tomar en un día.
Todo está sabiamente pensado y
distribuido, todas las estrellas tienen su sitio, todos los corazones ocupamos nuestro
lugar de privilegio en el universo.
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