Tropezar con la piedra del orgullo, del
enfado, del rencor, dura losa que nos tapa nuestro cielo íntimo y acogedor,
pesada roca que nos impide la convivencia pacífica y confiada.
Me duele ver a las personas que viven
enfrentadas entre sí, siempre le echan la culpa a la otra parte, siempre son
ellas las víctimas inocentes y ven amenazas por todas partes.
Un poco complicado el vivir cuando
estamos rodeados de paredes, invisibles pero completamente reales, que nos
impiden la libertad de amar. Y si no amamos, no somos personas.
A veces se nos mete en la cabeza que
todos van a por nosotros, en un acoso y derribo. Nos adiestran en la picardía y
la competencia, la bondad no vende, no se valora.
Yo no puedo vivir así, he elegido el
camino de la paz que me lleva a sentirme hermana de todos los seres humanos,
defensora de mi planeta, y enamorada de mi universo.
Mi elección ha sido consciente, pensada.
Es como una vocación, una llamada que me han hecho y a la que yo he respondido
con un “Sí, quiero”. Es también una
misión, la aceptación de una nueva forma de vida. Dice Paul McAuley: “No estamos aquí para nosotros mismos,
estamos para llevar a cabo una misión: el Reino que empezó con Jesús”.
No estoy sola en mi caminar, me acompaña
la misma Bondad, en persona, que me lleva de la mano porque se sabe el camino,
a mí solo me vale confiar en cualquier circunstancia.
Por eso puedo decir a boca llena, sin
sombra de duda, las palabras del Salmo 16: “Tú
Señor eres mi todo, tú me colmas de bendiciones, mi vida está en tus manos.
Siempre tengo presente al Señor. Por eso, dentro de mí, mi corazón está lleno
de alegría.”
Quiero tener mis sentidos preparados y
mi corazón abierto, libre de piedrecillas molestas, de prejuicios o de egoísmos que me oscurecen la visión.
Por eso me preparo a diario, voy donde
la vida me lleva, sin poner “peros”, me formo con los acontecimientos pequeños
o grandes que me toca vivir. Siempre agradezco. Y soy consciente de mi privilegio
y de mi aprendizaje.
No anhelo nada más.
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