Dios arrasa, el amor triunfa, el bien es
el dueño del mundo, la paz nos inunda, la alegría es nuestra casa, la ternura se
pasea cada día por los corazones, la armonía reina en el universo.
Alguien puede preguntar: ¿Pero, en qué planeta vives tú? Porque
lo que se ve a nuestro alrededor es más bien todo lo contrario: malas caras,
envidias, zancadillas y depresiones.
Contesto con la frase de Facundo Cabral:
no estamos deprimidos sino distraídos de lo esencial.
El mal es apariencia, es superficial, lo
que de verdad manda, y nos impregna es la bondad.
Y todo esto se debe a que hay un Dios/Amor
enamorado de nosotros, que se vuelca en los detalles, en los gestos de ternura.
El bien es tremendamente poderoso, nada
le hace sombra, nadie le vence. Podemos estar de fiesta.
Cuando hay cariño verdadero entre las
personas, todas las barreras se desmoronan, todas nuestras defensas se relajan.
Me pasa muchas veces que cuando conozco nuevas personas y les veo mucha
seriedad en los rostros, me da algo de “temor” volver a verlas porque su
expresión es demasiado rígida.
Pero tenemos un calor interior, un fuego
íntimo que derrite todos los hielos. Por eso, siempre sin excepción, al poco
tiempo de conocernos, de la frialdad pasamos a la cercanía, de la indiferencia
al cariño.
Cuando saludamos por primera vez,
preparamos nuestro gesto más distante, eso sucede en nuestra cultura, pero
nuestra naturaleza no es así. Estamos hechos de amor.
Por eso digo que las barreras que
ponemos entre nosotros son superficiales, se derriten tan solo con dejar salir
nuestros impulsos de cariño. Y es una gozada cuando desaparecen porque entonces
ves a los demás tal como son, tal como somos todos: niños, indefensos, alegres
o tristes, comunicativos, en armonía. Y es que todos estamos hechos del mismo
barro.
Repito: Dios arrasa en los corazones
humanos, aunque a veces ni nos demos cuenta y parezca que “aquí no ha pasado
nada”.
Sí que pasa algo: el ciclón del amor,
que es imparable, que es gratuito, que no depende de nosotros, que está a
nuestro servicio in aeternum: para toda la eternidad.
Celebremos fiestas de agradecimiento
para Aquel que nos ha creado y nos mantiene en la vida. Fiestas con flores,
luces, cantos y armonía. Para que nuestra voz enamorada llegue a toda la
tierra, y los que están con nosotros digan: aquí está pasando algo, aquí hay Amor.
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