Conversión significa creerme el mensaje
que se dirige a mí. Si realmente me lo creo, es decir si vivo convencida de la
pasión que un Ser-Amor siente por mí,
entonces todo se transforma. Cada día recibo nuevas ayudas que me orientan en
mi caminar. El modelo que se me presenta a seguir es el de Jesús, persona
humana y divina, como yo.
Esto supone para mí reconocer los
detalles de amor de la vida hacia mí, y supone también ser agradecida.
A veces se habla de una “segunda
conversión” en la edad de la madurez, yo diría más bien que es la primera
conversión. Y todo lo anterior sería preparación para ella.
¿Cómo puedo concretar esa conversión?:
En que la fe marca mi vida, absolutamente todo lo que hago está dentro de esa
conversión. Y siempre hay matices nuevos que se añaden a mi aprendizaje, nunca
es un camino monótono y rutinario.
Las dimensiones de alejarse de las
tensiones y de buscar la calma interior, se funden en una: la de sentirte
ayudado en todo lo que haces, y de saber que tus fuerzas no son tuyas, son
prestadas.
La conversión se puede experimentar como
una lucha para ser humilde y confiado en cualquier circunstancia, y para tener
el corazón limpio y abierto a los demás: integridad personal.
Todo ello llevado a cabo como una
aventura ilusionada. Igual que al emprender un viaje sentimos ilusión, en el
viaje-vida que estamos llevando a cabo, el sentirse curioso y esperanzado es
fundamental para saborear los paisajes, los amigos, los maravillosos y
cambiantes matices que acompañan a todo cuanto hacemos.
Conversión significa que respondo con
amor al amor que se me regala. Que soy atento y solícito ser humano. Y que
siempre disculpo, acepto, y pongo buen humor en mis relaciones. Que sé
rectificar y también perdonar y pedir perdón, esto último muy importante.
La conversión se nos tiene que notar en
la paz y la alegría que regalamos, nunca en el mal humor y la tristeza.
Dice José Arregui que tenemos que ser
buenos y felices, las dos cosas juntas. Buenos, sin ser felices, es muy
peligroso. Y felices, sin ser buenos, es muy irresponsable y muy insolidario.
Solo siendo felices y buenos nos transformamos a nosotros mismos y a nuestro
entorno.
Merece la pena levantarnos y caminar con
la vista puesta en la búsqueda de la alegría y la bondad, nuestros auténticos
tesoros.
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