domingo, 20 de enero de 2013

Qué es la conversión


Conversión significa creerme el mensaje que se dirige a mí. Si realmente me lo creo, es decir si vivo convencida de la pasión que un Ser-Amor  siente por mí, entonces todo se transforma. Cada día recibo nuevas ayudas que me orientan en mi caminar. El modelo que se me presenta a seguir es el de Jesús, persona humana y divina, como yo.

Esto supone para mí reconocer los detalles de amor de la vida hacia mí, y supone también ser agradecida.

A veces se habla de una “segunda conversión” en la edad de la madurez, yo diría más bien que es la primera conversión. Y todo lo anterior sería preparación para ella.

¿Cómo puedo concretar esa conversión?: En que la fe marca mi vida, absolutamente todo lo que hago está dentro de esa conversión. Y siempre hay matices nuevos que se añaden a mi aprendizaje, nunca es un camino monótono y rutinario.

Las dimensiones de alejarse de las tensiones y de buscar la calma interior, se funden en una: la de sentirte ayudado en todo lo que haces, y de saber que tus fuerzas no son tuyas, son prestadas.

La conversión se puede experimentar como una lucha para ser humilde y confiado en cualquier circunstancia, y para tener el corazón limpio y abierto a los demás: integridad personal.

Todo ello llevado a cabo como una aventura ilusionada. Igual que al emprender un viaje sentimos ilusión, en el viaje-vida que estamos llevando a cabo, el sentirse curioso y esperanzado es fundamental para saborear los paisajes, los amigos, los maravillosos y cambiantes matices que acompañan a todo cuanto hacemos.

Conversión significa que respondo con amor al amor que se me regala. Que soy atento y solícito ser humano. Y que siempre disculpo, acepto, y pongo buen humor en mis relaciones. Que sé rectificar y también perdonar y pedir perdón, esto último muy importante.

La conversión se nos tiene que notar en la paz y la alegría que regalamos, nunca en el mal humor y la tristeza.

Dice José Arregui que tenemos que ser buenos y felices, las dos cosas juntas. Buenos, sin ser felices, es muy peligroso. Y felices, sin ser buenos, es muy irresponsable y muy insolidario. Solo siendo felices y buenos nos transformamos a nosotros mismos y a nuestro entorno.

Merece la pena levantarnos y caminar con la vista puesta en la búsqueda de la alegría y la bondad, nuestros auténticos tesoros.

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