domingo, 27 de enero de 2013

Pedir perdón


Le comentaba a un grupo de amigas que yo cuando veo que alguien puede estar disgustado o serio conmigo, sin saber exactamente lo que ha pasado y sabiendo que yo no le he hecho ningún mal, le pido perdón.

Mis amigas quedaron algo escandalizadas y hasta enfadadas, “¿cómo pedir perdón si tú no has hecho nada?”

Les expliqué que yo no puedo vivir si alguien está disgustado conmigo: no puedo respirar con calma, contemplar los paisajes, meditar, escribir, disfrutar, estar en armonía con lo que me rodea.

Por eso en alguna ocasión que me ha pasado que alguien me retira el saludo o le noto yo enfadado conmigo, tengo un atajo para recuperar la armonía y la paz y para que la otra persona me devuelva la sonrisa: le pido perdón.

“¿Y si la culpa la tiene la otra persona?”, me decían mis amigas. A mí eso me da igual, yo lo único que quiero es recuperar la paz que me hace falta para respirar, y así lo consigo.

Lo recomiendo, haz la prueba amigo/a que lees esto. No falla, siempre acabas dándote un abrazo con esa persona que hace un momento te miraba con expresión disgustada, y te aseguro que la vida te vuelve a sonreír.

Tienes que ir con total humildad y sinceridad, decirle: “te pido perdón por lo que haya hecho, no sé lo que ha pasado pero me gustaría recuperar tu amistad. Perdóname, te lo ruego.” Tienes que reconocer todas las acusaciones que en ese momento te haga esa persona, aceptar tu culpa y seguir insistiendo en su perdón.

Nunca hay motivo para alterar o romper la armonía que nos alimenta. No hay razones de peso para estar enemistado con nadie.

Tenemos un problema común, universal, los humanos: siempre nos creemos con la razón de nuestra parte. Eso hace que nos peguemos batacazos, que haya encontronazos con otras personas, que vayamos por la vida sufriendo heridas y provocándolas.

Vemos clarísimo lo que los otros tienen que hacer, nos metemos en su vida, opinamos lo que nos da la gana, y lo que decimos “va a misa”.

Por supuesto, jamás dudamos de nosotros mismos, de nuestras afirmaciones y razonamientos.

Pero, ¿por qué tenemos que tener siempre la razón nosotros?

Es hora de hacer terapia de humildad, de engrandecer la figura del que tenemos al lado porque siempre viene a enseñarnos algo, aunque tenga un carácter irritable o sea “un ignorante” desde nuestro punto de vista.

Es hora de que nos pongamos en último lugar y de que pidamos perdón de todo corazón para así restablecer la armonía en la tierra y devolver la calma a nuestro corazón.

Esa calma es la tierra abonada y oreada donde nace la paz y la alegría. Y, por supuesto, la gratitud.

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