He
leído en algún sitio que “a la meditación le corresponde diariamente un lugar propio
en nuestra vida”. Esta es absolutamente necesaria para conocer, profundizar,
valorar, rectificar, avanzar, subrayar lo importante y asentar las bases de
nuestro camino único. Y para los que somos creyentes, esta meditación es
necesaria para dialogar con lo Trascendente, expresarle nuestras preocupaciones
y, por supuesto, declararle nuestro amor.
En
resumen, pararse a pensar es bueno y necesario para todos. Porque si actuamos
sin reflexionar, previamente o a posteriori, nos parecemos a los animalitos,
que actúan por inercia, por automatismos, y no pueden saborear los momentos
únicos que a lo largo del día se van sucediendo.
Sobre
mí nace un precioso sol cada día, pero si yo no pienso en él y agradezco su luz
y su compañía, prácticamente es como si ese sol no viniera a visitarme y
prestarme su apoyo. Este es un ejemplo que se puede hacer extensible a todo
cuanto me acontece.
La
reflexión viene a ser como una degustación o un ser consciente de lo que me
sucede para poder expresar mi gratitud todas las veces que haga falta.
Hay
que pasar por el tamiz de la meditación nuestras emociones, para desenmascarar
las que se esconden en nuestro interior y nos hacen daño y para dejarles el
paso libre a las que nos hacen sentirnos en armonía.
Todos
los acontecimientos, las personas, las casualidades que nos rodean, conviene
que los pasemos por esa meditación diaria, que se convierte así en nuestro
laboratorio íntimo donde de modo más o menos consciente y riguroso seleccionamos
los ingredientes para formarnos como personas.
Esa
reflexión se puede transformar en un enriquecedor y confiado
silencio: “Y luego, cuando ante ti se
abran muchos caminos y no sepas cuál recorrer, no te metas en uno cualquiera al
azar, siéntate y aguarda. Respira con la confiada profundidad con que
respiraste el día en que viniste al mundo, sin permitir que nada te distraiga:
aguarda y aguarda más aún. Quédate quieta, en silencio, y escucha a tu corazón.
Y cuando te hable, levántate y ve donde él te lleve.” (Susana Tamaro).
Yo
creo que a las personas que tienen ese diálogo íntimo se les nota en la cara,
porque asoma en ellas la madurez propia de los que no obran a la ligera sino
que escuchan a su corazón, valoran las cosas buenas y dan importancia a lo que
realmente la tiene.
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