domingo, 19 de agosto de 2012

Meditar y reflexionar


He leído en algún sitio que “a la meditación le corresponde diariamente un lugar propio en nuestra vida”. Esta es absolutamente necesaria para conocer, profundizar, valorar, rectificar, avanzar, subrayar lo importante y asentar las bases de nuestro camino único. Y para los que somos creyentes, esta meditación es necesaria para dialogar con lo Trascendente, expresarle nuestras preocupaciones y, por supuesto, declararle nuestro amor.

En resumen, pararse a pensar es bueno y necesario para todos. Porque si actuamos sin reflexionar, previamente o a posteriori, nos parecemos a los animalitos, que actúan por inercia, por automatismos, y no pueden saborear los momentos únicos que a lo largo del día se van sucediendo.

Sobre mí nace un precioso sol cada día, pero si yo no pienso en él y agradezco su luz y su compañía, prácticamente es como si ese sol no viniera a visitarme y prestarme su apoyo. Este es un ejemplo que se puede hacer extensible a todo cuanto me acontece.

La reflexión viene a ser como una degustación o un ser consciente de lo que me sucede para poder expresar mi gratitud todas las veces que haga falta.

Hay que pasar por el tamiz de la meditación nuestras emociones, para desenmascarar las que se esconden en nuestro interior y nos hacen daño y para dejarles el paso libre a las que nos hacen sentirnos en armonía.

Todos los acontecimientos, las personas, las casualidades que nos rodean, conviene que los pasemos por esa meditación diaria, que se convierte así en nuestro laboratorio íntimo donde de modo más o menos consciente y riguroso seleccionamos los ingredientes para formarnos como personas.

Esa reflexión se puede transformar en un enriquecedor y confiado silencio: “Y luego, cuando ante ti se abran muchos caminos y no sepas cuál recorrer, no te metas en uno cualquiera al azar, siéntate y aguarda. Respira con la confiada profundidad con que respiraste el día en que viniste al mundo, sin permitir que nada te distraiga: aguarda y aguarda más aún. Quédate quieta, en silencio, y escucha a tu corazón. Y cuando te hable, levántate y ve donde él te lleve.” (Susana Tamaro).

Yo creo que a las personas que tienen ese diálogo íntimo se les nota en la cara, porque asoma en ellas la madurez propia de los que no obran a la ligera sino que escuchan a su corazón, valoran las cosas buenas y dan importancia a lo que realmente la tiene.










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