La fe
produce seguridad, y tiene efectos terapéuticos sobre la persona. Significa
confianza en alguien.
Si
tuviéramos una mínima confianza en nosotros mismos, cada amanecer nos
levantaríamos con mensajes de cariño, curativos y mágicos, preparados para
enviar a cualquier parte. “¿Quién soy yo
para dudar de tu providencia?” (Job 42, 3)
En
estos últimos años nos quieren hacer ver sin cesar en libros, en videos o
conferencias, el poder enorme del que disponemos para solucionar cualquier cosa.
¿Hemos probado a usarlo?
Recuerdo
en una sesión de relajación, que nos decían que usásemos la respiración para
llevar el aire a la parte del cuerpo donde notábamos tensión o dolor. Y solo
con este método tan sencillo desaparecía el malestar.
Hoy hay
muchísimos libros de autoayuda, muchísima oferta de sanación, de búsqueda y de
renacimiento interior.
Se
puede desorientar uno ante tanta publicidad en ese sentido. Cada uno tiene que
buscar su propio equilibrio y ponerse en manos de Aquel que nos mantiene en la
vida por amor. Así todo es más fácil y el camino para cada uno será distinto,
es decir, personal.
El
momento clave será aquel en que tomemos las riendas de nuestra vida buscando la
armonía para nosotros y para los demás. Todos los caminos que nos encontremos a
partir de ese momento serán válidos, porque ya habremos hecho previamente la
opción por la bondad y por la belleza de la vida.
No sé
si ha quedado claro lo que he dicho, para explicarlo con otras palabras
recuerdo la frase de san Agustín: “Ama y
haz lo que quieras”. Así está mucho más claro.
En
primer lugar está la opción por nuestras buenas intenciones, a partir de ahí
todo nos está permitido y todo será adecuado para nosotros.
Con fe
es más fácil ahuyentar los miedos que nos esperan en cada cruce de caminos.
Porque siempre tememos equivocarnos, no elegir correctamente lo que
necesitamos.
Con fe
te sabes dentro de una armonía donde todos los caminos son necesarios, donde no
hay equivocaciones y de lo errores se aprende. Por eso puedes poner confianza
en tus elecciones, igual que el bebé confía en el abrazo materno y paterno que
le envuelve y le protege del mundo.
Sigo
con las palabras de Jesús Martínez Carracedo:
“La fe debilita los factores de riesgo de
enfermedad, favorece la serenidad, ayuda a relativizar los problemas que nos
angustian en exceso, nos ayuda a dar sentido a las frustraciones de la vida
diaria. La fe nos ayuda a estimarnos a nosotros mismos. Y también nos estimula
a desplegar todas nuestras potencialidades al servicio de los demás”.
Son
suficientes ventajas como para dirigirnos al Buen Padre diciéndole:
“Te lo
ruego, dame fe”.
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