miércoles, 4 de julio de 2012

La órbita personal


Igual que la Tierra tiene una fuerza de gravedad que atrae a todos los seres, a la materia, a los océanos, también la vida espiritual, la conciencia de la trascendencia, siente la atracción hacia su objetivo misterioso, hacia la Luz. Y en este terreno cada uno se encuentra en un punto particular, que es el que le corresponde en ese momento.
Alguien me dijo el otro día: “Es que yo tengo poca fe”. Yo le diría que es la que se le ha regalado. Que no desprecie su regalo. Si envidiamos los regalos de los demás, no apreciamos el nuestro.
Tu “pequeña fe” te pertenece a ti, ha sido pensada para ti, es la que te hace falta en este momento. Saboréala.
Por mínima que sea, ya es suficiente para que te sientas en la órbita de algo, y aún sin entender, gozas de la atracción.
Imaginemos que somos planetas en torno a un Sol, unos están más cerca de sus rayos, están completamente iluminados, otros gravitan a lo lejos, solo ven un pálido reflejo, pero son sostenidos por la misma energía.
La órbita personal en la que nos movemos es única, diseñada para nosotros al milímetro. Nuestros caminos surcan el campo gravitatorio del Amor, por eso son sagrados.
Nos pensamos que unos están cerca, los otros lejos, pero la realidad es que todos somos agraciados, todos somos elegidos. Aquellos que no tienen fe, que en apariencia son más desafortunados, tienen lugar preferente en el corazón de El-Que-Ama.
Eso nos lo dice Jesús con su palabra y con su vida, una y otra vez, en los evangelios. La presencia a la que él llama “Padre” se vuelca con los más desfavorecidos, con los últimos.
El éxito y el fracaso tienen un sentido diferente al que nos quiere hacer ver nuestra “sociedad del éxito”. Ese es el mayor misterio: los fracasados son los primeros, no hay perdedores. Esto suena a escándalo.
La Vida cuida de todos sus seres, de los más débiles con especial mimo. No hay caminos equivocados, porque las equivocaciones también son necesarias.
En realidad no hay que hacer nada, está el camino trazado. Relajémonos y apreciemos lo poco o lo mucho que se nos ha dado. No deseemos nada al margen de lo que ya somos.
Abracemos la órbita que se ha diseñado para nosotros y adoremos al Sol que nos da sentido, y es la razón de nuestra existencia.


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