Igual que la Tierra tiene una fuerza de
gravedad que atrae a todos los seres, a la materia, a los océanos, también la
vida espiritual, la conciencia de la trascendencia, siente la atracción hacia
su objetivo misterioso, hacia la Luz. Y en este terreno cada uno se encuentra
en un punto particular, que es el que le corresponde en ese momento.
Alguien me dijo el otro día: “Es que yo
tengo poca fe”. Yo le diría que es la que se le ha regalado. Que no desprecie
su regalo. Si envidiamos los regalos de los demás, no apreciamos el nuestro.
Tu “pequeña fe” te pertenece a ti, ha sido
pensada para ti, es la que te hace falta en este momento. Saboréala.
Por mínima que sea, ya es suficiente para
que te sientas en la órbita de algo, y aún sin entender, gozas de la atracción.
Imaginemos que somos planetas en torno a un
Sol, unos están más cerca de sus rayos, están completamente iluminados, otros
gravitan a lo lejos, solo ven un pálido reflejo, pero son sostenidos por la
misma energía.
La órbita personal en la que nos movemos es
única, diseñada para nosotros al milímetro. Nuestros caminos surcan el campo
gravitatorio del Amor, por eso son sagrados.
Nos pensamos que unos están cerca, los
otros lejos, pero la realidad es que todos somos agraciados, todos somos
elegidos. Aquellos que no tienen fe, que en apariencia son más desafortunados,
tienen lugar preferente en el corazón de El-Que-Ama.
Eso nos lo dice Jesús con su palabra y con
su vida, una y otra vez, en los evangelios. La presencia a la que él llama “Padre”
se vuelca con los más desfavorecidos, con los últimos.
El éxito y el fracaso tienen un sentido
diferente al que nos quiere hacer ver nuestra “sociedad del éxito”. Ese es el
mayor misterio: los fracasados son los primeros, no hay perdedores. Esto suena
a escándalo.
La Vida cuida de todos sus seres, de los
más débiles con especial mimo. No hay caminos equivocados, porque las
equivocaciones también son necesarias.
En realidad no hay que hacer nada, está el
camino trazado. Relajémonos y apreciemos lo poco o lo mucho que se nos ha dado.
No deseemos nada al margen de lo que ya somos.
Abracemos la órbita que se ha diseñado para
nosotros y adoremos al Sol que nos da sentido, y es la razón de nuestra
existencia.
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