Cada persona está llamada a dar lo mejor de sí misma, a descubrir su parte más humana, o, lo que es lo mismo, a pulsar su nota única, irrepetible y especial, en la sinfonía llamada Dios.
Para ello, nos son necesarios los silencios, que nos dan fuerza y nos transforman, para poder disfrutar y alimentarnos del equilibrio y el sosiego de nuestro remanso interior.
Y nos es necesaria la confianza para caminar sobre las aguas del mundo, y no hundirnos a la primera dificultad que nos llega. “Comenzó a andar sobre el agua en dirección a Jesús, pero al notar la fuerza del viento, tuvo miedo, y comenzó a hundirse…” (Mt 14, 29-30).
Seamos conscientes de la sinfonía en la que estamos inmersos, recuperemos nuestra olvidada divinidad.
Hoy en día, en nuestra sociedad, adentrarse en estos temas es ir a contracorriente. Por eso es muy difícil concienciar, dinamizar, hablar a la gente de su Centro, de su renacimiento a lo Esencial, de su ser en Dios.
Hay que empezar buscando un nuevo vocabulario, se nos ha muerto el anterior, no nos sirve; hay que encontrar unas palabras rompedoras: que nos saquen de la monotonía, que nos hagan mirar a lo que sucede y decir: ¿aquí que pasa?, que nos muevan el corazón y nos pongan en camino.
En situaciones de crisis es más apasionante el camino, porque se trata de: o todo o nada, o lo consigues o estás muerto.
Para interpretar tu partitura personal y única, solo tienes que llegar a ser la persona que ya eres, no otra. No hay nada fuera de ti que debas alcanzar. Sí hay lastre que debes soltar porque te impide ser tú mismo, se trata de desaprender las conductas que no te ayudan, las que te ponen en tensión.
Cada persona tiene luz propia, al igual que las estrellas, una luz que alumbra su intimidad y que irradia sobre todo cuanto toca.
Esa luz, la transportamos como regalo para todo el que se nos acerca. No la tenemos en posesión.
Esa luz se llama también “paz interior”, y es para nuestro corazón dulzura y bienestar. Así mismo lo dice el místico Rumí: “Tú eres azúcar y dulzura para mí”.
Todas las personas tenemos acceso a esa paz. Todas las vidas llevan a la trascendencia, porque son la Vida.
Para ello, nos son necesarios los silencios, que nos dan fuerza y nos transforman, para poder disfrutar y alimentarnos del equilibrio y el sosiego de nuestro remanso interior.
Y nos es necesaria la confianza para caminar sobre las aguas del mundo, y no hundirnos a la primera dificultad que nos llega. “Comenzó a andar sobre el agua en dirección a Jesús, pero al notar la fuerza del viento, tuvo miedo, y comenzó a hundirse…” (Mt 14, 29-30).
Seamos conscientes de la sinfonía en la que estamos inmersos, recuperemos nuestra olvidada divinidad.
Hoy en día, en nuestra sociedad, adentrarse en estos temas es ir a contracorriente. Por eso es muy difícil concienciar, dinamizar, hablar a la gente de su Centro, de su renacimiento a lo Esencial, de su ser en Dios.
Hay que empezar buscando un nuevo vocabulario, se nos ha muerto el anterior, no nos sirve; hay que encontrar unas palabras rompedoras: que nos saquen de la monotonía, que nos hagan mirar a lo que sucede y decir: ¿aquí que pasa?, que nos muevan el corazón y nos pongan en camino.
En situaciones de crisis es más apasionante el camino, porque se trata de: o todo o nada, o lo consigues o estás muerto.
Para interpretar tu partitura personal y única, solo tienes que llegar a ser la persona que ya eres, no otra. No hay nada fuera de ti que debas alcanzar. Sí hay lastre que debes soltar porque te impide ser tú mismo, se trata de desaprender las conductas que no te ayudan, las que te ponen en tensión.
Cada persona tiene luz propia, al igual que las estrellas, una luz que alumbra su intimidad y que irradia sobre todo cuanto toca.
Esa luz, la transportamos como regalo para todo el que se nos acerca. No la tenemos en posesión.
Esa luz se llama también “paz interior”, y es para nuestro corazón dulzura y bienestar. Así mismo lo dice el místico Rumí: “Tú eres azúcar y dulzura para mí”.
Todas las personas tenemos acceso a esa paz. Todas las vidas llevan a la trascendencia, porque son la Vida.
1 comentario:
Precioso, hormiguita.
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