Hay un pasaje en el evangelio en el que de 10 personas leprosas que son sanadas, solo una vuelve para dar gracias. (Lc 17, 11-19)
Todos “somos sanados” a lo largo de nuestras jornadas, de un modo u otro: desde el aire puro que sanea nuestras células en cada inspiración, la confianza que se deposita en nuestras entrañas, el amor que nos llega a raudales en nuestros seres más queridos, hasta la mano amiga que nunca falta en las horas bajas y los problemas que se van solucionando sin nuestra intervención, con “casualidades afortunadas”.
Por eso, esencialmente nuestra actitud debe ser de gratitud, no hacer como esos a los que se les ha curado y se olvidan de su sanador.
Nuestro sanador nos deja libres para mostrar o no agradecimiento, no nos obliga ni nos fuerza a nada.
No somos quién para juzgar en qué fase del camino está cada uno. No es nuestra tarea el ir metiéndonos en la vida de los demás y decir: éste da las gracias, éste no. Como he leído en algún lado: solo tenemos un individuo a nuestro cargo, que somos nosotros mismos.
Y es con nosotros con quien tenemos que comunicarnos, encararnos, hablar. Y si no damos muestras continuadas de gratitud, iniciarnos ya. Este momento es bueno, sin duda el mejor, porque es el que tenemos a mano.
Adquirir el hábito del agradecimiento es sanísimo para la persona. En primer lugar ahuyenta “los malos rollos” que no nos benefician nada. En segundo lugar nuestra respiración se hace reposada, calmada y alegre.
En tercer lugar comenzamos a sentir que con el mero hecho de existir está sucediendo algo: alguien ha apostado por mí, la vida me empuja a ser persona completa, y todo está a mi favor.
Por todos los dones que continuamente se me dan, solo tengo que mirar hacia lo que me da sentido, aquello que vive en mi intimidad más sana, y tomar la decisión de vivir con agradecimiento.
Todos “somos sanados” a lo largo de nuestras jornadas, de un modo u otro: desde el aire puro que sanea nuestras células en cada inspiración, la confianza que se deposita en nuestras entrañas, el amor que nos llega a raudales en nuestros seres más queridos, hasta la mano amiga que nunca falta en las horas bajas y los problemas que se van solucionando sin nuestra intervención, con “casualidades afortunadas”.
Por eso, esencialmente nuestra actitud debe ser de gratitud, no hacer como esos a los que se les ha curado y se olvidan de su sanador.
Nuestro sanador nos deja libres para mostrar o no agradecimiento, no nos obliga ni nos fuerza a nada.
No somos quién para juzgar en qué fase del camino está cada uno. No es nuestra tarea el ir metiéndonos en la vida de los demás y decir: éste da las gracias, éste no. Como he leído en algún lado: solo tenemos un individuo a nuestro cargo, que somos nosotros mismos.
Y es con nosotros con quien tenemos que comunicarnos, encararnos, hablar. Y si no damos muestras continuadas de gratitud, iniciarnos ya. Este momento es bueno, sin duda el mejor, porque es el que tenemos a mano.
Adquirir el hábito del agradecimiento es sanísimo para la persona. En primer lugar ahuyenta “los malos rollos” que no nos benefician nada. En segundo lugar nuestra respiración se hace reposada, calmada y alegre.
En tercer lugar comenzamos a sentir que con el mero hecho de existir está sucediendo algo: alguien ha apostado por mí, la vida me empuja a ser persona completa, y todo está a mi favor.
Por todos los dones que continuamente se me dan, solo tengo que mirar hacia lo que me da sentido, aquello que vive en mi intimidad más sana, y tomar la decisión de vivir con agradecimiento.
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