miércoles, 14 de marzo de 2012

El arte del encuentro


“La Vida es el arte del encuentro” (Vinicius)

Hay un encuentro para el que vivimos, que nos espera en cada recodo, en cada acontecimiento. Ese encuentro puede darse estando en compañía o en perfecta soledad, desde la alegría o desde la tristeza. No estará nuestra vida completa si no nos preparamos para él.

Nos podemos imaginar que alguien juega al escondite con nosotros, pero se salta las reglas del juego porque quiere que le encontremos por todos los medios.

En primer lugar está escondido entre mis sombras y mis anhelos, en mi decisión de descubrirle, en mis momentos alegres y también en mis horas bajas. En segundo lugar, ese Señor del universo se ha transformado en mi Yo más íntimo y tierno, y por último, está en todos los “Yos” que me rodean. Y lo descubro cuando comienzo a quitarles las etiquetas con las que “aprisionamos a las almas” y les veo como seres amados, con un destino único y personal.

Dice Maurice Zundel que “la creación no es, en grado alguno, una fabricación. Ser hecho de la nada significa depender totalmente de Dios y deberle todo lo que se es, es decir, ser por entero obra de su ternura y don de su amor.”

La imagen de “la fabricación” es muy clara: no se trata de eso, es otra cosa lo que sucede. Es precisamente un encuentro lo que se prepara desde el principio de la creación porque el Creador se empeña en que sus criaturas le vean.

Dios ya ha puesto su parte, él mismo se ha derramado en lo creado, y nos ha colocado a nosotros, mujeres y hombres, como guardianes conscientes de ese tesoro, como soldados de su proyecto amoroso.

No vale decir que hay gente que no cumple porque no cuida ese tesoro, tú tienes que mirarte solo a ti mismo, y desde ahí preparar el encuentro que va a llegar en todos los pequeños o grandes encuentros de la jornada: con cualquier persona, con nuestro amigo el sol, con la naturaleza, con la tristeza, con el dolor, con la emoción y la ternura que nos visitan.

Sigue diciendo Zundel: “Lo único de nosotros que cuenta verdaderamente es ese fondo luminoso cuya riqueza aumenta con cada uno de nuestros encuentros”

Los que tenemos un poco más de fuerza preparémonos para ayudar a los que más lo necesitan, seamos flexibles y estemos abiertos a disfrutar todas las llamadas de Dios, porque él siempre quiere dejarse encontrar.

Y cuando la fuerza se nos acabe, dediquémonos gozosamente a contemplar y alabar, y a que de nuestra piel salgan ríos de gratitud.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Bonito, bonito, hormiguita.

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