domingo, 12 de febrero de 2012

En un universo extraño


Creer que estamos solos en un universo extraño es el peor de los males que nos puede suceder. Pensar que hay una distancia infinita entre nosotros y nuestro Creador es el mayor de los absurdos. Porque entonces nuestra esperanza queda arrinconada tras unos muros demasiado grandes y nos perdemos en la total oscuridad de no sentir ni desear nada.

Sin embargo, en nosotros hay luz, eso se nos dice. Nuestra existencia es luz y es milagro sostenido en el tiempo.

¿Cómo conjugar esos dos extremos? ¿Cómo caminar, sabiéndose acompañado, en medio de las dificultades que nos trae “el día a día”? ¿Cómo hacer la vida fácil y confiada?

Es importante mirar cara a cara a nuestros miedos: a la soledad, a la separación, a la muerte. Dejarles un hueco en nuestra vida, pero evitar que nos invadan y nos ocupen las 24 horas del día. Y es conveniente rastrear siempre “la buena energía” que nos ayuda en cada acontecimiento.

Es curioso que cuando miramos hacia atrás intentando componer nuestra historia personal, siempre vemos claramente esa ayuda, percibimos las intervenciones providenciales que nos han ido marcando y guiando, en cambio en el ahora nos cuesta ver esa presencia, es decir, en el presente le perdemos la pista a Dios.

Es un arte y es un don adivinar la intención divina en cada respiración nuestra, en cada pliegue de nuestro anhelo, en cada latido de nuestro corazón enamorado. Ver su rostro en todos los que acuden a nuestro encuentro, en sus sonrisas y sus gestos de cercanía.

Si vivimos de espaldas al que nos da el ser, lo que debía ser nuestro gozoso presente se vuelve vacío y sin sentido, un tiempo desaprovechado y muerto.

“Todo es su manifestación”, nos dicen los grandes creyentes. Por eso pongamos la lamparita de la fe siempre delante, y con ella miremos todo lo que nos sucede: lo bueno y lo menos bueno, lo importante y lo más sencillo, nuestros proyectos, relaciones, dificultades y deseos.

Pensemos que todo lo que nos sucede está dentro de su voluntad, por eso: amemos nuestras circunstancias y nuestra persona, sintámonos íntimamente acogidos, creamos que no estamos solos y que hay un Ser superior que nos va llevando hacia su terreno en toda circunstancia.

“Sea pues, enfermedad o pobreza o hambre o sed o lo que sea, aquello que Dios te imponga o lo que Dios te dé o no te dé, para ti todo esto es lo mejor”. (Eckhart)

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