Cambiar el corazón de piedra por un corazón de amor. Ése debería ser nuestro proyecto de vida. Convertir lo rígido e inflexible en tierno y acogedor. Y es que a las personas nos va lo suavecito, la caricia, la sonrisa, el detalle, el susurro, el gesto amable. A nadie le gustan las malas caras, las durezas, los gritos, No nos gusta ser maltratados. Nadie elige el desamor.
Por eso, entremos en nuestra fábrica personal de producción y escojamos los materiales que sirven para construir, no para destruir ni para ofender. Sólo los que sirven para hacer la vida cómoda, agradable, generosa, acogedora, divertida, esperanzada.
Porque nuestra existencia es una joya depositada en nuestras manos de barro y en nuestras entrañas temerosas.
Por eso, propongo: vamos a cambiar corazones. Es bien fácil, hasta las más altas torres se derriten con un “te quiero”. Y es que estamos hechos para amar, y ése es el secreto para abrir todos los cerrojos y para desterrar todas las antipatías y las malas caras.
Eso sí, ha de ser un “te quiero” sincero, no se puede jugar al “te digo una cosa pero siento otra cosa”. Eso no sirve.
El primer paso, y yo diría que el único, es preparar nuestro propio corazón, adentrarnos en nuestra intimidad para que podamos eliminar nuestros artificiales límites, y podamos escuchar lo que la vida tiene que decirnos. “Cuanto más escuches tus voces interiores, tanto mejor oirás lo que suena alrededor de ti.” (Dag Hammarskjöld)
Vamos a cambiar los corazones duros por corazones solícitos de mujer y de hombre. Nos hacen falta esos corazones para ver la vida de otra manera, para hacernos preguntas esenciales, para buscar respuestas originales y atrevidas.
Aunque vivamos en oscuridad nuestro corazón puede ser un lámpara, un claro indicador de por dónde tenemos que orientar nuestros pasos. No escojamos caminos sin corazón, como dice Carlos Castaneda: “Cuando te encuentres en una encrucijada, hazte la pregunta: ¿tiene corazón este sendero? Si lo tiene, el sendero es bueno. Si no lo tiene, es inútil seguirlo, porque no conduce a ninguna parte.”
Si actuamos con corazón, amamos. Y si nos amamos y nos respetamos profundamente a nosotros mismos, si sentimos lo mismo por todo lo que ha sido creado, si nuestra tarea se centra en la más honda alabanza, nos sobra el resto.
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