domingo, 3 de julio de 2011

Quiérete, valórate


Nuestra fuerza, creatividad, imaginación, destreza, bondad, sabiduría, no son para nosotros sino para los demás.

Somos depositarios, vehículos, que transportamos las habilidades que hemos recibido, para llevarlos a algún sitio, a un destino que nosotros ignoramos.

Todos los dones que poseemos son para compartirlos, transmitirlos, dejarles paso. No tienen sentido si los encerramos entre nuestras cuatro paredes.

Habrá quien diga: “Es que yo no he recibido ningún don”. Tenemos la tendencia de ver en nosotros la parte negativa, de ser muy críticos con nosotros mismos. De considerarnos inferiores a todo el mundo, incluso, a veces, un aire de superioridad no es más que todo lo contrario: la tapadera de un complejo de inferioridad.

Seguro que algo tienes: tienes simpatía, tienes iniciativas en tu trabajo, te gusta charlar con los amigos, disfrutas con los niños, con la naturaleza, preparas unas comidas buenísimas, te gusta dibujar, leer, acoger a los demás con alegría, sabes perdonar, te entusiasma viajar, eres una madre responsable, eres un padre amoroso, eres un joven ilusionado.

Todo eso, y mucho más, son destrezas que las tenemos para compartirlas.

Dentro de nosotros vive la bondad, dentro de todos. Creemos que los grandes santos son personas diferentes de nosotros. No. Han pasado por las mismas incertidumbres, por los mismos quebraderos de cabeza pero, eso sí, se han sentido vehículos de la fuerza divina y no se han creído el ombligo del mundo. Han puesto sus talentos al servicio de los demás.

Es importante valorar lo que tenemos, realzarlo, aunque con ello parezca que seamos unos presumidos, o presuntuosos. Yo tengo la costumbre de decir de las cosas que escribo: “¡Qué bonito!” ¡Es lo que siento! La gente que me escucha puede pensar: ¿Pero qué se ha creído ésta?

El mensaje que quiero transmitir con esto es: ¡quiérete, valórate! En lo pequeño, en tu cuerpo, en tu manera de ser, tu sonrisa, tu trabajo, tus proyectos, tus emociones, tu esfuerzo.

Transportamos una fuerza amorosa que no es nuestra y que sólo tiene sentido en el compartir, dar y recibir.

Es una gran suerte que nos llevemos bien con todos los que nos rodean, sin marginar absolutamente a nadie. No vale la excusa: yo no he hecho nada, ha sido él; que sea él quien dé el primer paso.

Cualquier pequeño o gran lío que tengamos con alguien, nos ensucia y nos impide respirar la maravilla de la paz, que es el susurro divino, sin palabras, que nos dice: te quiero.

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