domingo, 21 de noviembre de 2010

Son importantes las formas


Cuando viene una visita importante, limpiamos la casa especialmente bien, sacándole brillo, aireando rincones.

Para las fiestas y celebraciones nos vestimos con lo mejor que tenemos. Queremos quedar bien. Ser bien vistos.

En una ocasión escribí: Existe un Dios que está enamorado de mí. Viene a mi puerta por las mañanas… Sí. Mi Creador sigue viniendo cada mañana. Y yo, ¿cómo lo recibo? ¿Me aseo especialmente, hago algo diferente si pienso que viene o que no viene?

Son importantes las formas.

Los musulmanes, antes de cada oración del día, y son

5 veces, se lavan.

Es cierto que nos sentimos mejor cuando nos duchamos, el bienestar del cuerpo penetra en el espíritu, porque viven juntos.

¿Qué quiero decir con todo esto?: He experimentado que si primero limpio el sitio donde voy a rezar, mi oración es diferente. Hay más cercanía, más paz. Son importantes los detalles.

Si te importa el asunto, hay que demostrarlo. Si quieres celebrar la vida, todo vale: la ducha, la limpieza, la vela, las flores, la postura, la sonrisa. Todo ayuda.

Se trata de coger un poco de nuestro tiempo para preparar un encuentro importante. Y después de haber limpiado el espacio exterior, por supuesto, seguir con la limpieza del interior, quitar el polvo de nuestros sentimientos mezquinos, eliminar con decisión nuestros resentimientos y prejuicios; si no lo hacemos no podremos recibir a nuestra visita con la profundidad que se merece; nos quedaremos en un ritual sin sentido, y no se habrá conmovido nuestro corazón, sencillamente porque habrá estado ausente.

Un buen comienzo en nuestra visita, puede ser coger todas las cosas que nos molestan, que nos impiden, ponerlas ante nuestro Visitante y decir con toda nuestra sinceridad: “Todo esto me molesta para llegar a ti, ¿qué puedo hacer? Ayúdame.” ¡Eso es empezar con buen pie! Con el reconocimiento de nuestra pequeñez y nuestra imperfección.

Si vamos por ese camino podemos dialogar a corazón abierto, sin engaños, sin cerrarnos, sin tapujos.

No olvidemos que sincerarnos con Dios es sincerarnos con nosotros mismos. Y viceversa.

Si vivimos desde la verdad de nuestro ser, incluyendo conscientemente todo lo que no nos gusta de nosotros mismos, estaremos dando pasos de gigante dentro de nuestra aventura espiritual, en dirección a lo que cada uno considere importante en su vida, para unos será Dios, para otros sencillamente ser felices.

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