miércoles, 17 de noviembre de 2010

Elegida para contemplar


Igual que los rayos de sol atraviesan el más espeso bosque y acarician las hojas, la belleza de la creación me inunda y me envuelve: en la armonía de mis células y de mi cuerpo, en el ciclo de mi vida y de tantas vidas, en la magnitud de las galaxias, en el misterio de la existencia. Como todos los seres humanos, yo también he sido elegida para contemplar, admirar y recrearme en la belleza.

Todo lo que yo siento al contemplar, no es mío, pasa a través de mí, me atraviesa como el que cruza por una carretera, y sigue su camino sin que la carretera tenga voluntad en ello.

Sí, exactamente me cruzan cometas y estrellas, ellas ya saben a dónde se dirigen, yo sólo puedo contemplarlas y quedarme embelesada.

¡Qué increíbles los paisajes, qué grandeza la del mar, qué dulzura en las miradas, qué alegría en los encuentros, y en los abrazos! Es cierto que también hay paisajes sombríos, pero sin duda abunda lo bueno. La alegría hay que saber verla. Lo que pasa es que no le damos importancia a todos los avisos que nos dicen: te quiero.

Un día soleado es una maravilla. Y un día nublado también. Y también un día lluvioso. Porque la maravilla que engloba todo es poder darnos cuenta, poder observar, saborear, empaparnos de lo que nos rodea. Tener nuestros sentidos abiertos, y en este aspecto, siempre se está aprendiendo, siempre se puede alcanzar un grado más, y se puede sentir más hondo.

Todo cuanto nos rodea, nos habla, hay que aprender el lenguaje de la vida, y saber descifrar en cada momento el mensaje que se nos envía a través de todas las personas que nos hablan y se acercan a nosotros.

Estamos demasiado acostumbrados a resaltar lo negativo de los demás. Pero no es tarde, siempre estamos a tiempo de fijarnos sólo en la bondad. Entonces nuestra vida cambiará y conquistaremos nuestra porción de dicha.

“Muchas veces me pregunto cómo sería mi vida si no hubiera ningún resentimiento en mi corazón. Estoy tan acostumbrado a hablar de las personas que no me gustan, a recordar cosas que me han hecho daño y a actuar con recelo y con temor, que ya no sé cómo sería mi vida si no hubiera en ella nada de lo que quejarme ni nadie a quien culpar.” (H. Nowen)

Sin duda nuestra felicidad pasa por abrir los ojos a la bondad y la belleza de la tierra y de los acontecimientos que cada día nos toca vivir.

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