Me asusto si pasan los días
sin sentir, ni soñar,
ni respirar esperanza.
Me relajo cuando hablo
con la naturaleza,
con mis seres invisibles
y con mi yo interior.
Me entristezco cuando noto
mi corazón de piedra, insensible,
egoísta y malcriado.
Me alegro cuando todo
a mi alrededor sonríe:
el aire, los árboles,
el mar, el horizonte,
las cosas y las personas.
Me muero cuando las prisas,
los agobios y el estrés,
me alejan de mí.
Me reconforto siempre con el apoyo
de una mano,
de un abrazo,
con la mirada única y amorosa
que me mira a través de todos los ojos.
Me desequilibro cuando me creo
el ombligo del mundo
y el centro del universo.
Me expando si me alcanza
la lluvia, el sol y la paz de la tierra.
Me sereno cuando escucho
la vida dentro de mí,
y si camino con humor,
y con amor.
Cuando me voy por las ramas
y por los alrededores
de mi persona,
me estrello.
Me recupero
si en mi larga noche
y en mi gran día,
te veo.
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