Hoy sé que aquello que toca mi
corazón es para comunicarlo, compartirlo, decirlo a otros. Porque la Palabra
pasa a través de generaciones, a través de cuerpos humanos. A través de mí
llega a ti, a través de ti llega a mí.
Nunca se estanca, sino que se
derrama, se difunde, se expande en un movimiento maravilloso y autónomo, que no
depende de la intención ni del esfuerzo humano.
Estamos en un mundo perfecto, una
creación perfecta, aunque nuestros ojos nos quieran hacer creer otra cosa.
La Palabra empapa la tierra, su
acción es la única auténtica y se sirve de todos, por eso todos somos sus
comunicadores y mediadores.
San Juan dice: “La Palabra estaba en el mundo y los que son del mundo no la
reconocieron”. También dice: “De sus
grandes riquezas, todos hemos recibido bendición tras bendición.” Eso que
está escrito hace tantos siglos es de lo que estoy hablando hoy.
“Todos vamos en la misma barca,
todos somos del mismo barro”, dice la canción. A todos, por el simple hecho de
nacer se nos concede ser testigos de la luz con nuestra persona. Es un
privilegio para todos, aunque algunos no se den cuenta y pretendan vivir de
espaldas a esa luz.
Lo más importante de esta vida es
gratuito, lo recibimos como regalo: ser testigos de luz, sembradores de
esperanza, impulsores de sueños, saboreadores de paz. Todo eso hemos recibido y
todo eso transmitimos.
Con esa ilusión nueva, que es la
conversión de cada día, nos ponemos en marcha cada mañana, nos sumergimos en el
ruido y el sinsentido, con nuestra pequeña lamparita encendida, y con el
encargo de compartirla en todos nuestros encuentros. No siempre es fácil.
Feliz travesía y feliz llegada.
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