sábado, 7 de diciembre de 2019

Esa sensibilidad


Todo adquiere sentido en lo sencillo, en lo cercano. En la sensibilidad, en sentir que se siente o que se vive. En lo pequeño, en la bondad cotidiana.

En el afecto se aprende paz y nace alegría, y nos encontramos con nuestra mejor versión. Esa que nos hace sentirnos bien con nosotros mismos.

Esa sensibilidad la vamos adquiriendo, lentamente, con los años. Y nos lleva al gozo. A disfrutar y saborear momentos, gestos, encuentros. También la podemos perder en determinadas circunstancias, pero nos sabemos el camino para volver a ella, porque la edad nos da sabiduría, y eso se tiene que notar.

Leí en un libro que no existe la felicidad como plenitud, pero sí que existe como compañera de camino: “ir bien”, y como acción: “actuar bien”. Ir por buen camino y actuar bien, significa ser afectuoso, generoso, acogedor.

Dice Casaldáliga, muy poéticamente: “Dios está llegando siempre”.

Precisamente su manera de “estar llegando” tiene que ver con esa sensibilidad que se nos regala y se queda con nosotros a lo largo del camino, para enseñarnos a vivir amando y a dar importancia a lo que es importante. Y no desgastarnos en superficialidades inútiles o en egoísmos estériles.

Cuidemos esa sensibilidad que nos lleva a ser hermanos de nuestros hermanos, a cuidar a los cercanos, a atender las necesidades, a dejar nuestros espacios limpios, a bendecir la vida… porque somos nosotros mismos los que hacemos que Dios esté llegando ahora, en el momento y en el lugar en donde estamos.

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