Todo adquiere sentido en lo
sencillo, en lo cercano. En la sensibilidad, en sentir que se siente o que se
vive. En lo pequeño, en la bondad cotidiana.
En el afecto se aprende paz y nace
alegría, y nos encontramos con nuestra mejor versión. Esa que nos hace
sentirnos bien con nosotros mismos.
Esa sensibilidad la vamos
adquiriendo, lentamente, con los años. Y nos lleva al gozo. A disfrutar y
saborear momentos, gestos, encuentros. También la podemos perder en
determinadas circunstancias, pero nos sabemos el camino para volver a ella,
porque la edad nos da sabiduría, y eso se tiene que notar.
Leí en un libro que no existe la
felicidad como plenitud, pero sí que existe como compañera de camino: “ir
bien”, y como acción: “actuar bien”. Ir por buen camino y actuar bien,
significa ser afectuoso, generoso, acogedor.
Dice Casaldáliga, muy poéticamente:
“Dios está llegando siempre”.
Precisamente su manera de “estar
llegando” tiene que ver con esa sensibilidad que se nos regala y se queda con
nosotros a lo largo del camino, para enseñarnos a vivir amando y a dar
importancia a lo que es importante. Y no desgastarnos en superficialidades
inútiles o en egoísmos estériles.
Cuidemos esa sensibilidad que nos
lleva a ser hermanos de nuestros hermanos, a cuidar a los cercanos, a atender
las necesidades, a dejar nuestros espacios limpios, a bendecir la vida… porque
somos nosotros mismos los que hacemos que Dios esté llegando ahora, en el
momento y en el lugar en donde estamos.
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