sábado, 28 de diciembre de 2019

Alegría perfecta


La alegría verdadera es bálsamo para el corazón y está al servicio de los demás, porque la alegría difunde alegría, es decir, otros se sirven, o se contagian, de mi alegría al igual que yo me sirvo de la de otros.

Lo más grande de esa alegría es que no depende de acontecimientos externos, sino que sale de dentro como un manantial, brota del sentimiento de la vida como don y como milagro.

Esa honda alegría es posible que nos lleve toda la vida conseguirla. Se puede decir que se requiere todo un proceso hasta llegar a la madurez, a desprendernos de apegos dañinos, a valorar lo que importa y limpiarnos de preocupaciones inútiles. En el camino, muchos errores y fracasos, logros y cambios de rumbo. Emociones de todo tipo. Todo aprovecha para la construcción de nuestra persona. Aquella crisis nos hizo sacar una fuerza que ni sabíamos que teníamos. Esta tristeza nos lleva a saborear más la posterior alegría.

Suele pasar que estamos a expensas del humor de los que nos rodean, y así es muy difícil el equilibrio personal. Por eso, cuando el año acaba revisemos nuestros depósitos de alegría auténtica. Si tenemos muchas, muchas ganas de agradecerlo todo es muy buena señal.

El ser alegres va unido a la confianza en que todo va a estar bien, porque en esta tierra divina, todo trabaja a favor de nosotros a un ritmo acelerado. Descubrir esto nos da una actitud confiada y nos lleva, paso a paso, a una profunda alegría.

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