La Palabra de Dios siempre sienta
bien. Los grupos de fe, las comunidades de oración siempre nos hacen crecer.
Dedicar un tiempo a la reflexión, la meditación, el silencio contemplativo, nos
ayuda. Porque es invertir en crecimiento interior, y eso es lo que mayor
satisfacción nos da.
Nuestra tarea: quitar todo lo que
impide la paz y la alegría. Rastrear en los Evangelios para ver cómo. En las
narraciones o parábolas hay muchísimo mensaje, y son fáciles de entender.
También mirar con lupa lo que dicen tantas personas de fe, inspiradas y sabias.
Poder compartir en grupo nuestros
avances o retrocesos en ese terreno espiritual es una gozada, en ningún otro
sitio podemos expresarlo de igual manera. Porque ahí somos conscientes de
nuestra común peregrinación en busca de esas aguas cristalinas o divinas de las
que brotamos y que tanto nos atraen.
Lo que importa es ganar en
confianza. Hay que tener en cuenta que, al confiar en ti mismo, estás confiando
al mismo tiempo en los demás y en Dios. Por tanto, todo son ganancias. Si la fe
no nos sienta bien, entonces hay que replantearse en qué creemos realmente.
No me cansaré de subrayar el bien
que hacen los distintos grupos de fe, todos ellos sirven para facilitarnos ese
alimento del espíritu-cuerpo, del que estamos tan necesitados.
Con el farol de la esperanza bien
alimentado y la gratitud en nuestra piel, podremos lanzarnos a nuestro mundo
tan necesitado, “la mies es abundante”. Para ser esos obreros que ponen su
granito de arena al servicio de los demás, poder anunciarles que ese otro mundo
posible, ya está aquí, y unir nuestras manos en una emocionada acción de
gracias.
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