Me gusta ser estudiante en la
universidad de la tierra. Estoy matriculada en temas muy importantes, todos lo
estamos.
La vida me va enseñando, me gusta
aprender. De este modo voy avanzando en mi proceso imparable hacia la luz, orientada
por todos los maestros que vienen en mi ayuda, auxiliada por cada pequeño soplo
de divino aire que me inunda y da vida a mi materia, con el oxígeno que me
mantendrá con vida hasta que se agote mi tiempo y llegue mi graduación.
En mis clases estudio cómo pasar mi
atención de lo superfluo a lo esencial, esa es una materia que cuesta. También
cómo quitarme de en medio, desnudarme de inutilidades, para dejar sitio a esa
preciosa realidad que me alimenta, y me abre puertas a la paz y la dicha.
No es fácil, porque a veces tengo
que caer, lastimarme, perderme, y sufrir derrotas, para aprender.
La vida, gran maestra, me va
indicando caminos, con todo lo que me pasa. Caminos interiores, siempre de
sanación y liberación.
Alguien me va ayudando
constantemente en este delicado proceso. Si yo soy consciente de esa ayuda,
vivo de otra manera, porque veo luz. Si no soy consciente, aunque la ayuda
sigue estando ahí, me creo perdida.
En esta universidad terrena solo el
cielo me sirve. Solo ese Reino de paz y luz anunciado por Jesús, en el que
estoy unida a todos y a todo.
Algo así está expresado en esta
bellísima poesía de Eloy Sánchez Rosillo:
“Une
entre sí la luz todas las cosas
con
un hilo de oro.
Y
a mí mismo me incluye;
me
toma alegremente cada día
y
me hilvana con ellas…
Formo
parte del mundo y estoy vivo.
Soy
uno más, por suerte,
en
la gran cofradía de la luz”.
Soy una más, por suerte, en la gran
universidad de la luz.
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