Cuando alguien me impulsa yo muevo mi
vida y mi teclado. Yo poco tengo que ver en este movimiento, me empujan. Solo
sé decir que estoy aquí para alabar y para atrapar la esencia con las palabras
de mi boca y también pretendo alegrar espacios pequeños y muertos.
Mis palabras pronunciadas convocan a
todos mis espíritus, ellos mismos me las dicen al oído previamente. Es un poco
de lío entender todo esto, pero así lo vivo yo.
Aunque soy torpe de movimientos me gusta
aspirar a lo más grande, a lo perfecto. Ahí apunta mi anhelo, es mi única meta.
Tan solo otro ser humano, cualquiera de
ellos, me puede comprender a mí, estamos hechos de la misma materia, mezcla de
hombres y dioses, de luces y sombras. Tengo que decir que en esta amalgama, siempre
la luz es la que manda, de otro modo no podría avanzar mi historia y todas las
otras historias. Como confío en esa luz, vivo tranquila.
Sin embargo, todo el mundo sabe que
ninguna vida puede ser completamente tranquila, ninguna, mientras estemos en
esta orilla de la vida. Es muy fuerte el peso del mundo, de las ambiciones, de
los condicionamientos, de la presión social, de la exigencia personal. Tan solo
una gran conquista nos espera cada día: la de la calma personal.
Aunque oímos decir: todo va cada día peor, yo digo: todo
va bien, porque confío plenamente en esa luz que vence a las sombras, y nos
da, una y otra vez, victorias entrañables y únicas. Hay que saber verlas, para
poder cantarlas en canciones, expresarlas en poesías, plasmarlas en el arte,
danzarlas en la vida de cada día. Multiplicarlas en infinidad de sonrisas.
Desde aquí animo a anotar cuidadosamente
todas esas victorias de la luz. Anotarlas en el corazón y en esas páginas en
blanco que escribimos cada día, para que no se pierda la luz que nos ilumina, y
tener el privilegio de ser sus mensajeros.
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