El que ama es liberado. Es la medicina
más grande, mejor dicho: la única medicina. Por el poder de ese amor ya no
podrás enfrentarte con nadie, se acabarán las comparaciones, las
susceptibilidades, las tensiones.
Ante esa persona que nos hace la vida
difícil, nuestra oración, como dice el P. Darío Betancourt, debe ser: “Señor, dale éxito, más que a mí. Dale
salud, más que a mí. Dale alegría, más que a mí. Dale fe, más que a mí…” En
una oración sincera y continuada por ella. Esa actitud obra milagros, porque se
pone en marcha el poder del amor, tan inmenso que no cabe en nuestra pequeña
mente.
Respiramos energías poderosas y
sanadoras, y cuando focalizamos nuestra atención en ellas y nos ponemos a su
servicio, ocurren cosas extraordinarias: curaciones y transformaciones que nos
dejan asombrados.
Se nos ha dado el poder, o el don, de
amar. Lo tenemos siempre a nuestra disposición, pero a veces lo tenemos sin
estrenar. Vemos gente llena de tensiones, preocupaciones, enfados y, como
consecuencia, con una salud completamente deteriorada, porque está totalmente
relacionada una cosa con la otra: salud del cuerpo y del espíritu.
Si comprendiéramos ese amor divino que
brota como una fuente en nuestro espacio humano, que pasa como un rio
bienhechor a través de todo lo que hacemos. Si por un momento fuéramos
conscientes de ese regalo, de esa fuerza que nunca falla. Entonces, nos
pondríamos a su servicio y seríamos testigos enamorados y entusiastas.
Podemos decir que a lo largo de
nuestra vida, y juntando todas las pequeñas historias que nos suceden, estamos
asistiendo a un parto muy anhelado: el alumbramiento de la luz y el sentido de
nuestro caminar.
Todo está bien trazado y todo es por algo.
Dejémonos llevar.
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