Descubro en mí cierta ansiedad en torno a la oración. Porque quiero
hacerlo bien y obtener resultados favorables siempre, quiero avanzar, no
estancarme. Quiero éxitos. En el fondo no llevo muy bien la oscuridad, quiero
luz. También en este terreno necesito serenidad para ir aceptando mis momentos
más decepcionantes, mis oraciones más pobres, mi desgana en ciertos momentos.
Necesito experimentar que rezar y confiar van totalmente unidos, y
llegar al convencimiento de que esa confianza en la eterna fidelidad divina es
mi único y luminoso camino.
Al final resulta que tengo que liberarme de mí misma, porque en esa
oración personal sobra mi ego deformado por sus manías y sus exigencias, y solo
es necesario el Espíritu amigo que remueve mis aguas interiores y me pone en
marcha cada día. Pero yo ando siempre con prisa, buscando seguridades, señales,
indicadores.
Para construir mi propio templo solo necesito los materiales que la vida
me va proporcionando: mis circunstancias, mi conciencia, mi fe.
Carlo Carreto: “La oración no es
una cuestión de ideal sino del corazón y de realidad”.
He sido y soy gestada y dada a luz por Dios, es el que me alumbra en
cada respiración, el que me quiere viva ahora y siempre. Y el que me da lo que
necesito. Lo que no tengo, aquello que no se me ha dado, sencillamente es
porque no lo necesito.
No me pondré como meta estar satisfecha y en posesión de la verdad sino
caminar humildemente sabiéndome amada.
Me llega ahora una bendición franciscana que comienza así: “Que Dios te bendiga con la incomodidad…
para que seas capaz de profundizar dentro de tu corazón.”
Doy gracias por mi incomodidad, la necesito para estar despierta.
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