“Dentro de mi
corazón tengo oídos
y lápiz y papel guardados,
para recoger y almacenar gotas preciosas
de ese manantial que brota y brota.”
Al releer esta poesía
mía, pienso que mi corazón tiene prisa por comunicar el mensaje de la calma y de
la confianza. Pero yo no sé nada. Me uno a las palabras de Pablo d´Ors: “La palabra escrita te está revelando cosas
que tú no sabes. El texto es mucho más inteligente que tú. Tú eres un puro
transmisor, un puro médium de una voz que quiere decirse.”
Creo que esto se
puede aplicar al proceso de la escritura y también a cualquier ámbito de la
vida. Algo quiere decirse a través de cada uno de nosotros. La bondad está
pidiendo paso a gritos, y lo consigue, aún en las circunstancias más difíciles.
Un ejemplo reciente es el asesinato del niño Gabriel: en medio del dolor, en
sus padres queda la alegría del amor recibido por toda la buena gente que les
ha acompañado.
En todas las
creaciones humanas, en todos los proyectos y en todas las relaciones, el amor
va dejando su huella, es imparable. Es la única fuerza real en esta vida. Pero
es posible que nosotros no lo veamos así, porque nos hemos alejado de las
profundidades personales en las que se origina la vida. Nos hemos quedado en la
superficie y en lo accesorio.
Dejemos que se
exprese esa voz que está en cada uno de nosotros, con nuestro necesario
equipaje de oración, sencillez, actitud compasiva y de acogida, y por supuesto,
silencio.
Un silencio cargado
de sentido: callarnos nosotros para que se le escuche a él. Como dice el salmo:
“la máxima sabiduría es escucharle y honrarle”.
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