Puede
que no exista la felicidad en abstracto pero todos tenemos pequeños momentos de
dicha, que uno junto a otro hacen la vida grande.
El
amor es el marco en el que se realiza la vida. No hay que darlo por hecho o por
sabido, hay que practicarlo, ir a por todas, expresarlo a cada momento. Tampoco
dar nada por perdido, todo hay que pelearlo.
Uno
puede decir: yo a mis hijos los quiero, pero ellos tienen que sentir ese amor,
escucharlo y palparlo en palabras y gestos.
En lo
grande nos podemos perder, en lo pequeño e inmediato, ahí sí que sabemos
actuar. Por eso, cada jornada está hecha a nuestra medida. Así tenemos que
verlo: no nos falta nada, ni nos sobra nada.
Si
miramos nuestros días con esa convicción, nos invade la paz. Porque ya no
tenemos que esperar que se solucionen los problemas para sentirnos bien.
Esa
nueva mirada nos hace ver las cosas de otra manera, y ya no nos afectan hasta
el punto de desequilibrarnos, porque ahora llevamos la calma interior a todas
partes, y nos sienta tan bien que no queremos desprendernos de ella nunca más.
Un
nuevo mundo se abre ante nosotros con esta actitud diferente, Un mundo de
encuentro y aceptación entre hermanos. Eso es el paraíso.
Si hay
gente que puede conseguir esto, yo también lo quiero para mí, y en ello pondré
todo mi empeño. Me esforzaré en mirar siempre lo bueno y vivir en positivo.
Abriré mis manos y tenderé puentes de confianza. Sobrevolaré sobre mis
limitaciones para dar la bienvenida al único Sol que me ilumina y me da vida.
Dedicaré
los días que me quedan a bendecir y bendecir. Sabiendo que en todo momento “el
auxilio me viene del Señor”.
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