Demasiadas cosas nos impiden la paz: nos
angustian y no nos dejan disfrutar de nosotros mismos y de todo lo que existe. Debajo
de las preocupaciones tenemos a la confianza amordazada, inutilizada.
Estamos tensos y temerosos, como
animalillos que se han acostumbrado a vivir debajo de la tierra y se pierden el
milagro de los amaneceres y de las estrellas incontables.
No nos quedemos mano sobre mano, estamos
aquí para servir al ser divino que se acerca a nosotros adoptando infinitas
formas diferentes: camuflado en los paisajes, a plena luz en las miradas y en
los gestos humanos. Y para nuestra plena realización no nos sirve la amargura,
ni el resentimiento, tampoco la indiferencia ni el aburrimiento.
Si limpiamos el corazón y abrimos las
puertas para recibir a nuestro amigo, descubriremos que la energía más poderosa
ya habita nuestra casa, y a partir de ese momento los deseos se harán realidad
y los milagros ya no estarán escondidos.
Y esa será nuestra diaria aventura, cada
día adentrarnos más en la maravilla de la creación, en la magia del misterio
que significa existir.
Tenemos una sola vida, que es una puerta
abierta al infinito. Y dentro de esa vida está todo lo que necesitamos para
nuestra formación completa y para volver a nacer como personas agradecidas.
Ya está bien de sentirnos prepotentes,
autosuficientes, seres egoístas y aislados. Ya es hora de que seamos hermanos
cariñosos y solícitos de todo lo que ha sido creado.
Se vive más a gusto así, siendo amante y
tolerante hasta el extremo, no llevando en cuenta los fallos ni metiéndonos a
juzgar o a condenar a nadie. De esta manera estaremos cuidando a nuestro
huésped divino, que se sentirá en su casa y podrá asomarse en nuestras sonrisas
y manifestarse a través de todos nuestros actos.
Dejémosle expresarse abiertamente,
alegremente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario