Hay un Padre, Madre, Ser divino que nos pide una y otra vez que nos
ocupemos de nuestros hermanos más necesitados. Lo podemos comprender
perfectamente porque en cualquier familia los padres se vuelcan con sus hijos
más desfavorecidos o problemáticos.
Los seres humano-divinos se ocupan de los más débiles. Y tenemos voces que
nos lo recuerdan, por ejemplo la de Jesús: “Atiende a tus hermanos”, “Da sin
esperar nada a cambio”. Lo que la naturaleza no puede dar, lo da el corazón lleno
de ternura de las personas, pero a veces necesitamos avisos que nos lo
recuerden, porque es complicado ponerlo en marcha, incluso puede ser caminar
contracorriente.
El mensaje de Jesús y de tantos otros es que cuidemos a todos los que lo
necesitan, que pasemos por encima de nuestros egoísmos y vivamos en la
naturaleza del amor que es nuestra casa auténtica, donde nos sentimos realmente
bien.
La vida cuida de todas sus criaturas, nos pone en las entrañas las ganas y
la garra necesaria para que a todos llegue la ternura divina que nos recorre
como una corriente eléctrica.
Hay un relato que dice: “En la calle
vi a una niña temblando de frío y sin nada que comer. Me enfadé y le dije a
Dios: -¿Por qué permites estas cosas? ¿Por qué no haces algo para remediarlo?
Durante un rato, Dios guardó silencio. Pero aquella noche me respondió; -Ciertamente
lo he hecho: te hice a ti.”
“Te he hecho a ti”, es la respuesta cuando le preguntamos qué hace para
evitar tantos males. Somos sus enviados, en los momentos más conflictivos y en
los seres más desfavorecidos.
Contamos con la fuerza de su amor. Somos sus pies, sus manos, su corazón.
Que se note su presencia.
Que yo no te tape la luz,
que yo no te quite la vida,
que yo no te corte las alas,
que yo no te ahogue en un pozo profundo,
que yo sea tu amiga.
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