Creo firmemente en la religión de la bondad, porque nos lleva a una forma
de vivir que nos cambia la visión del mundo y le da una luz diferente a todos
los acontecimientos. Y nos une, nos religa, a la Bondad esencial, que impregna todos
nuestros actos.
Dice Torres Queiruga: “Dime cómo es
tu Dios y te diré cómo es tu visión del mundo. Dime cómo es tu visión del mundo
y te diré cómo es tu Dios”.
La visión del mundo y la visión de mí misma, coincide con la visión de mi
Dios. Por eso me conviene limpiar mi mirada para verme mejor a mí y a todo lo
que en mí nace. Lo mismo que hacemos con las gafas, limpiarlas para ver mejor.
Normalmente, esas otras “gafas” interiores que uso son las mismas para
todo: para verme a mí y para ver lo eterno. Y cuando yo cambio, porque estoy
bajo el impulso de mis emociones, mi Dios cambia conmigo.
Hay que tener en cuenta que esa esencia divina que me acompaña, evidentemente
no es una persona sino la razón de todas mis posibilidades y la fuente de toda
mi ternura.
Es también la fuerza oculta que nos pide colaboración para trabajar al
servicio de la paz y del amor en todas las acciones que llevamos a cabo, y nos
da la valentía y la esperanza necesarias.
En una palabra, somos colaboradores de excepción en la construcción de
nuestro propio mundo. Es todo un honor. Y no es una tarea tan difícil, teniendo
en cuenta que somos abrumadoramente ayudados a vivir nuestra vida lo mejor posible.
Dice el Dalai Lama: “Esta es mi
simple religión. No hay necesidad de templos y no hay necesidad de una
filosofía complicada. Nuestro propio cuerpo, nuestro cerebro, nuestro corazón
es nuestro templo. Y la filosofía es la bondad.”
La bondad es esencial para ser personas, por eso yo también digo que es mi
religión verdadera.
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