Hay una técnica japonesa de reparación de vasijas de cerámica rotas. Se
llama el arte de Kintsugi o la belleza de las cicatrices, consiste en reparar
las fracturas con polvo de oro. Su filosofía plantea que las roturas y
reparaciones forman parte de la historia de un objeto y deben mostrarse en
lugar de ocultarse.
Esto mismo se puede trasladar a la reparación de nuestras relaciones y de
nuestra vida, en este caso el oro utilizado sería el perdón, el amor compasivo,
la ternura, la humildad. Ese material precioso se encuentra en nosotros mismos
y lo podemos utilizar siempre que nos hace falta.
Las dificultades nos ayudan a crecer, nos muestran el camino de la
superación y la búsqueda de soluciones. Igual que sucede con la langosta en el
mar: tan solo crece cuando se siente incómoda en su caparazón, entonces se
retira y fabrica uno nuevo.
También el optimismo y la visión positiva pueden ser nuestro oro, que nos ayuda
a restaurar lo que aparentemente no tiene solución, lo que se ha roto.
Es más humana una relación que ha necesitado reparación con parches de
paciencia y de amor, que otra que no se ha llegado a desgastar en el tú a tú de
la convivencia, porque hay encuentros que son fríos, sin alma.
Cuando algo se rompe quiere decir que ha sido usado y que es cercano a
nosotros. Del mismo modo, en nuestras relaciones tenemos dificultades con los
que tenemos cerca, con los que conviven con nosotros. La convivencia siempre es
difícil. Por eso conviene que nos especialicemos en esa reparación en la que
interviene la bondad del corazón, que es nuestro oro más valioso.
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