El único modo que tenemos de descubrir lo eterno es meternos en nuestras
propias aventuras cotidianas, en lo de todos los días, ahí es dónde se refleja
continuamente nuestro anhelo y donde disfrutamos de nuestros pequeños regalos
que se engloban en el Gran Regalo de Vivir.
No somos protagonistas pero sí tenemos la responsabilidad de facilitar las
cosas para que suceda lo mejor.
El protagonista es un Espíritu travieso y enamorado que nos va poniendo las
indicaciones que necesitamos, también las zancadillas que nos hacen falta para
abrir de una vez esos “otros ojos” y despertar. Yo creo que hasta se ríe de
nosotros en muchas ocasiones, de ver cómo vamos buscando seguridades y
definiciones correctas, cómo ponemos etiquetas y damos diagnósticos, cómo nos
creemos sabiondos y expertos en todos los temas de la existencia. Cuando la
realidad es que somos completos ignorantes.
Además de facilitar, nuestra aportación es contemplar y agradecer. Que no
es poco.
Se trata de hacer un trabajo entre dos, lo dice Chiara Lubich: “Yo no puedo hacer nada por esa persona en
peligro o por esa circunstancia difícil… Pues bien, haré lo que Dios quiere de
mí en este momento: estudiar bien, barrer bien, rezar bien, atender a los míos…
Y Dios se encargará de desenredar esa madeja, de consolar al que sufre, de
resolver… Es un trabajo entre dos, en perfecta comunión, que requiere de
nosotros una fe grande.”
Mi fuerza es prestada y voy medio a ciegas pero tengo que estar disponible
para que esa pequeña faena que tengo entre manos salga lo mejor posible. Y esa
faena puede ser simplemente limpiar, estudiar, realizar mi trabajo, saludar.
No podemos descuidar lo más pequeño, porque ahí es donde se desarrolla el
misterio de la vida y donde tocamos lo más grande. Es nuestro lugar
privilegiado de encuentro, nuestro paraíso, si así lo sabemos ver.
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