“Conviértete en la celebración de tu singular
expresión y deja de disculparte. Enamórate de este desorden perfectamente
divino y repleto de humanidad que eres. No hay aquí ninguna autoridad y tampoco
hay manera de que eches a perder nada. Así que echa todo a perder.” (Jeff
Foster).
La suerte está echada. Ya tenemos una edad u otra y
ya cargamos con un pasado a las espaldas. Ya nos peleamos con las sombras que
nos envuelven, lo que quiere decir que estamos vivos.
Nuestras creencias nos marcan: hacer algo para
obtener los cielos. Sin embargo, Jesús nos dice que ese Reino ya está en
nosotros. Es la luz que nos levanta de la tierra, nos hace caminar y se queda
con nosotros.
Yo no tengo tanto protagonismo o tanto poder como
para estropear el orden y la perfección de la vida, en cambio tengo el acceso
por completo abierto a contemplar y admirar la belleza de todas las cosas
creadas. De haber nacido todo son ventajas.
Los pensamientos y los sentimientos nos llevan en
una u otra dirección, nos dicen cómo tenemos que sentirnos, nos zarandean hacia
la tristeza o la alegría. Pero ellos no mandan, son una parte más de la
persona. Escuché que son como los troncos que lleva la corriente del rio, hay
que mirarlos pasar y dejarlos ir, con benevolencia, sin rechazo.
Saber que los pensamientos negativos (“soy un
fracasado”, “no sirvo para nada”), igual que vienen se van, también la euforia
aparece y desaparece. Somos muy vulnerables a todo lo que pasa por ese rio,
pero también podemos ponernos en la posición de aquel que observa su ir y
venir, para que no nos arrastren suscorrientes pasajeras.
Entonces qué es lo esencial: que somos algo más,
somos seres amados y no podemos dejar de serlo. Lo principal es ese sello de
amor infinito con el que hemos nacido. Y eso no lo puede alterar ningún tronco
a la deriva. Es lo único que permanece inalterable, es nuestro hogar verdadero,
nuestra estabilidad.
Ese es el Reino que anunció Jesús.
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