Todos los seres humanos que nos hemos puesto en camino hacia la tierra
soñada, hacia ese reino de paz que nos ha hechizado, tenemos que iniciar
caminos interiores de soledad y quietud, de desprendimiento y alegría.
Pero estamos inmersos en ruido y distracción, no es tan fácil encontrar las
sendas que nos conducen a nuestro interior más sosegado.
Tenemos que hacer un hueco en nuestro tiempo y dejar el mejor espacio para
ese Espíritu enamorado de nosotros que ya nos ha conquistado en el momento que
nos ponemos en marcha. El anhelo es la señal de partida.
Un espacio digno de un rey, los mejores aposentos, los mejores horarios. Y
si no podemos hacer grandes cambios en nuestros ajustados horarios y planes, al
menos lo de siempre hacerlo nuevo, poner nuestra intención en ello. Si ponemos
conciencia en la rutina, ya no es rutina.
Dar tu tiempo a quien te lo ha dado, entregar tu vida a quien te la regaló.
Ponernos a su disposición.
Echar a caminar con toda nuestra fragilidad, no buscar la perfección, sí la
aceptación. Aceptarnos a nosotros mismos para poder abrir los brazos a todos
los seres humanos. La faena que nos espera es interior, se trata de purificarnos,
limpiarnos, para llegar a ser plenamente compasivos.
Con la fuerza de la bondad ahuyentar sombras y echar a andar. Sí, ser
buenos unos con otros. Para ello, dejar de acaparar protagonismo y cedérselo a
los demás para ponernos a su servicio. Esto lo olvidamos muchas veces, sin
embargo es lo que más se repite en los evangelios, “he venido a servir”.
El camino más o menos lo tenemos claro, solo nos hace falta la chispa de
esa llama o anhelo en el corazón para sobrevolar por
encima de las dificultades.
Tenemos suerte porque ese rescoldo de amor encendido que necesitamos para avanzar,
ya lo tenemos gratis, sin que hagamos nada por nuestra parte. Puro regalo.
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