Lo importante en nuestra vida no es lo que nos está pasando sino lo que
hacemos con ello, es decir, cómo lo gestionamos.
Nuestra actitud es la marca personal que ponemos en los acontecimientos
cotidianos, que muchas veces son inamovibles, no los podemos cambiar.
Tenemos un imán para cargarnos de tensiones, por nuestros trabajos vamos
abocados a un estrés continuo, la ansiedad es el mal de siempre. Cómo salir de
este pozo oscuro donde no nos llega la luz ni la paz.
Con nuestra actitud decidida, de cualquier dificultad podemos sacar
partido, aunque solo sea para aumentar nuestra paciencia y fortaleza, que no es
poco.
Si añadimos el optimismo o la visión positiva a lo que nos sucede, siempre
contribuiremos a hacernos grandes, o lo que es lo mismo, crecer hacia adentro.
Y pondremos un plus de alegría en nuestras relaciones. De lo contrario,
contribuiremos al mar inmenso de quejas y lamentos que está en todas las
conversaciones y los encuentros.
Leí un libro que se llama “Deja de refunfuñar”, de Christine Lewicki. La
autora dice que refunfuñar o quejarse resulta frustrante y dañino y hace una
apuesta para dejar de quejarse durante 21 días consecutivos, lo que no le
resulta nada fácil. El objetivo: recuperar la serenidad y el placer de vivir.
A mí a veces me han dicho que soy “la reina de la positividad”, y es
verdad, no podría vivir de otra manera. Si no lo viera todo desde ese prisma me
hundiría en la amargura, o en el temor ante lo que está por llegar. Se vive
mejor en positivo, es decir en confianza.
Se me ha dado la oportunidad de vivir durante un fugaz momento, y tengo las
ayudas necesarias en cada instante.
Eso ya es un motivo de gran alegría que no puedo olvidar y que no es
secundario, es algo central y esencial en mi vida.
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