Me gusta hurgar en otras vidas extraordinarias, en otras palabras
pronunciadas como yo, para ver qué han hecho ellos, me asomo a su interioridad
y saco enseñanzas para mí.
También me gusta observar mi pasado y mi presente. Hasta este momento yo sé
cómo ha transcurrido mi vida, sé todo lo que se me ha regalado generosamente
junto con la existencia. Yo puedo hacer balance en cualquier momento, y ese balance
siempre es enriquecedor porque me ayuda a ver el hilo conductor que todo lo
hace posible.
De lo que pasará a partir de este momento yo no puedo hablar, lo ignoro.
Por muchos planes que haga no sé lo que sucederá. El paso siguiente siempre es
una aventura. Pero en este presente inmediato e infinito sí que puedo poner mi
granito de arena de consciencia y de emoción agradecida. Esa es la manera de
situarme en mi presente.
Lo que pasó ya no está, lo que pasará tampoco. Me quedo yo sola con este
momento mío donde está toda mi historia pasada concentrada y me sitúo ante el
abismo del porvenir que es una incógnita. Esa es la aventura de vivir: saborear
instantes dentro de un proceso recorrido y por recorrer.
El consejo que daría a mí misma y a otros sería el de no hacer demasiados
planes. Por ejemplo, yo para este periodo de vacaciones que ha pasado hice
muchos proyectos de trabajo, de los cuales no he llevado a cabo ninguno porque
la vida tenía pensadas otras cosas para mí.
Al hacer balance veo el privilegio que significa la existencia, la vida
siempre es extraordinaria, si yo creo en
ella. Hay un dicho talmúdico que dice: “Si crees en mí, soy. Si no crees en mí,
no soy”.
Suelta las riendas, déjate llevar. Y lo que suceda, acógelo y bendícelo
como si lo hubieras elegido tú. Es la única manera de ser feliz.
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